La semana pasada hubo una huelga general. Parece que fue ayer y parece también que la mejor forma de taparla es combinar sabiamente un encendido elogio de la libertad y a la vez demostrar la inutilidad del esfuerzo por la vía de los hechos y con el arma de los presupuestos apoyados por absoluta mayoría.
Yo no creo que fuese baldío, ni creo que sea baladí el despliegue de personas que dejaron sus trabajos, si es que los tenían, y salieron a la calle a manifestar su hartazgo y su protesta. En lo que a Vitoria – Gasteiz respecta no recuerdo yo manifestación tan multitudinaria como la que el jueves por la mañana recorrió las calles y abarrotó las plazas. Más aún si consideramos que no era un punto de encuentro como lo ha sido otras veces sino una más de las que recorrieron todas nuestras ciudades.
Puede que hubiese algún desmán. No lo disculpo. Pero como ocurre a menudo con los desmanes es muy fácil pedirle al que le llevas pisando el pie toda la tarde que te sonría una y mil veces cada vez que le dices “disculpe”. Puede que alguien fuese invitado a cerrar su establecimiento menos gentilmente de lo que aconseja la etiqueta versallesca o la diplomacia vaticana. Puede que sea cierto eso y más, pero lo que no lo es tanto es la repetida y abusiva apelación a la libertad para justificar el esquirolaje pasivo o activo.
Hay mil formas de coaccionar, y miles de coartar la libertad de elección. La violencia no es menos violencia porque resulte menos evidente, de la misma forma que la tortura no deja de serlo porque el torturador se ponga guantes, use toallas mojadas o se limite a tarparte los ojos y apoyar sobre tu cuerpo un tubo de metal del tamaño del cañón de un magnum. Los moratones no son los únicos síntomas de la violencia.
La libertad no es igual para todos, por más que se empeñen en convencernos de lo contrario. No es tan libre el que tiene lo suficiente como el que no tiene apenas lo necesario. No lo es tanto quien es dependiente como quien está en el punto del que las cosas dependen.
En esta línea de la falsa igualdad que se predica podemos apuntar el hecho de las diferentes consecuencias que pra unos y otros tiene traspasar la estrecha frontera entre el ejercicio de la propia y la conculcación de la ajena. Todos asumimos el día antes de la huelga, de esta y de cualquiera, que miembros de piquetes darán con sus huesos ante el juez por impedir el libre ejercicio del menos solidario de los aspectos del derecho al trabajo. Pero si uno se pregunta por el número de empresarios mayores o pequeños que acabarán en el mismo estrado por amenazar a sus operarios con despidos y otras medidas para valorar su verdadero deseo de hacer huelga le llaman iluso en el mejor de los casos y rojo, antidemócrata, revolucionario y agitador en el peor. Y tan violento es lo uno como lo otro, o incluso más esto último. Entre otras cosas porque esto si que es violencia estructural mientras que lo de los piquetes no pasa en todo caso de serlo coyuntural.
Pero diré aún más. Incluso hay quien se niega a aceptar que los hechos libres acarrean consecuencias, y cuando lo intentas aplicar te llaman rencoroso, te critican por cerril y hasta te acusan de violento. ¿Que pasaría si a quienes optaron libremente por abrir sus establecimientos el jueves les sometiésemos el viernes y los días sucesivos a un ejercicio de libertad personal? ¿Es que acaso en un libre mercado no tenemos derecho a elegir libremente dónde consumimos o dónde compramos? ¿Por qué a eso se le llamaría boicot y se entendería como una agresión cuando es simplemente un hecho de libertad de elección, y además un hecho razonable y razonado?
La respuesta es muy sencilla: porque, como decía, la libertad no es igual para todos.
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