Mucha gente se plantea si la huelga general del pasado jueves sirvió para algo. Los primeros indicios parecen indicar que no, pero no se puede ser tan derrotista, de eso se encargan generalmente los que nos prefieren derrotados.
Cierto es que podría achacársele a esta jornada uno de los mayores peros que le veo a lo que en genérico podríamos llamar el 15M: la viabilidad táctica de una carrera de fondo sin objetivos concretos, episódicos y alcanzables que aseguren la permanencia “en filas” de los combatientes contra esta realidad que nos atosiga. Desde ese punto de vista podríamos decir que la huelga era una apuesta previa. Puede que realmente el objetivo no fuese tanto parar lo imparable sino demostrar la fuerza que se opone o puede oponerse a su avance. Desde este punto de vista no creo que pueda considerarse un fracaso. La fuerza es mucha, tanta que no hace mucho tiempo hubiese sido impensable. La toma de conciencia, paso previo a cualquier otro movimiento avanza a un ritmo tan imparable como el que marcan mercados y lacayos en su carrera irresponsable hacia nuestra miseria y su riqueza.
Desde este punto de vista, pensaba el jueves mientras avanzaba a paso lento por las calles de Vitoria, que son tantos los motivos que no hacen falta las excusas. Pensaba que, con lo lleno que está el año de “días de”, tal como van las cosas puede que el más necesario del año fuese lisa y llanamente el día de las huelgas generales. Vamos, que ponernos un día al año para decir que estamos hartos no sería despreciable, siempre y cuando lo hiciesemos tan solo los años necesarios para sacar de sus palacios a los oscuros opresores y a los ocultos responsables.
En este sentido, la huelga general del pasado jueves tuvo el contenido didáctico y comunitario de obligarnos a dedicar al menos 24 horas a plantearnos seriamente todo lo que estamos dejando escurrir entre los dedos de nuestras manos muertas. Lo mismo que otros días nos obligan a pensar en enfermedades o causas solidarias con las que nos sentimos a menudo tan solidarios como lejanos, en esta ocasión se trataba simplemente de acordarnos de nosotros mismos, que bastante nos necesitamos como para dejarnos en sus manos.
Ahora el peligro que corremos es convertir toda esta fuerza en algo similar a lo que ocurre cuando se descorcha un espumoso. Convertir en ritual lo que debiera ser tan solo una herramienta. Sacralizar el medio y distraernos del fin. Como comentaba el otro día de la huelga, la revolución, entiéndase ésta como el cambio radical de ciertas estructuras es, cada día que pasa más, justa, necesaria, nuestro deber y nuestra única salvación.
Leave a Comment