Publicado en Noticias de ílava el 3 de abril de 2012
Hemos vivido años los vitorianos pensando que lo que nos separaba era el tren. Incluso llegamos a pensar los alaveses que era el tren el que nos fracturaba. Vemos todos en esas vías una brecha que queremos suturar. Por eso soñamos con soterrarlo y esconder así nuestras fronteras, fracturas y brechas. Pero el caso es que como cada vez es más evidente que no va a haber lo que debía estar para pagar las facturas del funeral, el tiempo que llevamos pasado nos debería hacer pensar.
Pensar en que si algo nos va a fracturar no es el ferrocarril que recorre nuestra tierra. Ni siquiera el que siglo y medio después nos puede acercar a Bilbao e incluso a Donosti. Lo que nos va a fracturar es la mala digestión de unos gases que aunque no nos molestaban en exceso algún brillante cirujano nos quiere extirpar para mayor gloria de no se sabe muy bien quien, porque el gas, como la luz, nos lo seguirán subiendo por más molinos, placas o pozos que pongamos.
Pensar en que las fronteras las seguimos teniendo pegando a la capital y en el centro de nuestro solar mientras, eso sí, seguimos discutiendo sobre el destino de la ladera norte de unos montes, los de Vitoria, que también tienen su sur y su cruz, y no hablo de la de Zaldiaran sino de la incapacidad manifiesta de los agentes todos por dar carpetazo positivo a cierto contencioso territorial.
Pensar en que la brecha que nos separa a los vitorianos, y que estos días se hará más evidente, no es de hierro sino de vil metal. Aunque vayamos a los mismos bares y pisemos las mismas avenidas, tengan o no ardillas, truchas o caimanes, la brecha entre nosotros se hace cada día más grande. Y es que aquí no hay forma humana de completar el cuadro DAFO ese del que tanto se habla y convertir nuestras amenazas en oportunidades y nuestras debilidades en fortalezas. Estos días algunos, los que disponen de oportunidades y mantienen en pie sus fortalezas, cogerán el coche y pagarán a precio de delicatessen la gasolina con la que irán de vacaciones mientras otros, los que viven en las debilidades rodeados de amenazas, se quedarán para guiar turistas camino de los pintxos que no pueden comer. La frontera, fractura, brecha y hasta abismo entre nosotros no es geográfico sino social. Eso sí, vamos a tener una flota de guías que para si los quisiese El Louvre, Venecia o el Ermitage. Delgaditos, aseados y decentes pero sin marcas que ostentar aparte de la Green, que en Vitoria-Gasteiz el pobre además de serlo tiene que parecerlo.
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