Publicado en Diario de Noticias de Álava el 4 de agosto de 2012
Sevilla tiene un color especial según dice la canción pero Vitoria – Gasteiz no se queda atrás. Es más, a veces hasta tengo la sensación de que el blanco de nuestra Blanca es como el del disco aquel que, pintado con las pinturas de Alpino en nuestros años de EGB, surgía milagrosamente al hacerlo girar.
Y no hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que en nuestra ciudad, al menos estos días, lo único gris suele ser, por desgracia y para variar, el cielo. Uno arranca la mañana del cuatro y se va dando cuenta de que la vida tiene otro color, es más, la vida vitoriana se convierte de repente en un abanico de colores donde elegir. Todos corriendo y de prisa intentando rematar los asuntillos esos de los que no podremos ocuparnos en los días siguientes por razones obvias. Rellenando despensas, nutriendo bodegas, y cumpliendo ceremoniosos con nuestros ancestrales ritos. Como si de año nuevo se tratase nos deseamos felices fiestas y repetimos una y otra vez aquello de “y si no nos vemos que lo pases bien” sabiendo que es posible que aunque nos veamos no nos reconozcamos ya sea por vergüenza propia o ajena, que es lo que tienen las fiestas.
Toda la ciudad se apura en los últimos momentos de normalidad para transmutarse a golpe de “coete” en un espectacular proceso de locura colectiva multirracial, socialmente trasversal y sin discriminación por razones de sexo ni edad.
De vuelta a casa, con el puro a buen recaudo llega el momento de encontrar el cajón de los útiles festivos y asistir a la explosión de color. Empieza uno a tirar, como el mago ese que saca de su bolsillo una interminable sucesión de colorines, y van apareciendo el pañuelo rojo para uno, el de cuadros azul y blanco para el otro, el gorro de paja anaranjado y los útiles y artefactos varios de colores chillones que con tantos sudores y esfuerzos monetarios hemos conseguido en tómbolas, casetas de tiro y ambulantes varios. Para terminar de animar el cotarro, cuando uno ya no sabe si aplicar un criterio o su contrario aparece el benjamín de la casa y nos sorprende con la camiseta verde y el pañuelo a juego. Las manos a la cabeza y el pañuelo al cuello ¿pero cuál? Pues ni uno ni dos, sino tres, que luego a la noche sale el norte y refresca.
Una comida frugal, una siesta breve, y todos juntos a la plaza para acabar cada uno por su lado. Los puretas donde pueda arder el puro, los osados donde corra el cava y estalle el vidrio, y al cabo de unas horas todos igual de blancos y con los bolsillos parecidos, sin blanca.
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