Publicado en Diario de Noticias de Álava el 5 de Agosto de 2012
O tempora o mores… dice el buen vitoriano de toda la vida cuando asiste estupefacto a la bajada del Celedón. El buen vitoriano, el de toda la vida, es fácil de reconocer entre la marabunta. No viste gorro ni camiseta mojada. Calza zapato y viste pantalón mil y un rayas, las mil del pantalón y la una de la plancha. El vitoriano de pro se oculta tras un puro de buen calibre y vitola reluciente. De sus ojos cae una lagrimilla que no se sabe bien si es de emoción o de pena. De esa emoción que le provocan los recuerdos que se agolpan junto al ruido de campanas y de tracas que acompaña a la banda mientras toca el celedón. De esa pena que nace al constatar la creciente diferencia entre su celedón de toda la vida y el celedón de toda la vida de la mayoría de los que pueblan la plaza y el tendido de sol que rodea al monumento.
Hace años el celedón tenía un color gris azulado. El del humo que inundaba la plaza al prender de forma simultánea miles de puros habanos, canarios o de Logroño, que en esto del fumar también hay clases. Pero de un tiempo a esta parte, el color que tiñe al celedón de toda la vida es el naranja. Y si es verde lo mismo da, en cuestión de Celedones y sus colores todo depende del color del patrocinador con que se mire.
El naranja trepa al cielo enfundado en globos y cubre cabezas y cuerpos remojados. Bajo el naranja las pieles se igualan, y los acentos se confunden. Lo mismo es que hayas nacido a uno que otro lado del charco o a uno que otro del estrecho. Llegados al celedón las orillas del Zadorra se confunden con las de mares y océanos. El buen vitoriano contempla avergonzado cómo hasta sus propios vástagos sucumben al encanto del color que toque y se suman como uno más a la marea naranja o a la marcha verde.
El buen vitoriano termina con su camisa empapada, el puro hecho puré y todos sus añicos pesando en las piernas camino de casa a una hora prudente. Incapaz de tomar el crianza en vaso de plástico encamina sus pasos hacia el propio domicilio dudando entre asistir a la procesión de los faroles o reservar la otra camisa limpia para el rosario de la aurora. La procesión y el rosario tienen su propio color porque aún no están patrocinados, aunque, hablando de iglesias y dineros, yo que el buen vitoriano no estaría tan seguro de no acabar viendo procesiones de marca. Mientras tanto en la calle, en las plazas y en los soportales, la fiesta trufada de acentos varios y adornada con pieles de todos los colores sigue su curso, como toda la vida.
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