El patrimonio histórico alavés cuenta con algo que es, a mi juicio, tan valioso o más que las piedras y maderas talladas y apiñadas en templos, fortalezas y palacios. Son los Concejos abiertos, una institución secular que se ocupa de la gestión “del común” en los pequeños pueblos alaveses. De ellos depende la gestión de los montes comunales, de los pastos y aprovechamientos, de los servicios básicos de la comunidad, el agua, el alumbrado, y de muchos otros aspectos de lo que es la vida en común de un colectivo que van desde el cuidado de calles y caminos hasta las fiestas patronales y otras actividaes socio culturales. Se trata en definitiva de una institución que quita hierro y hasta da lustre democrático y social al término institución y lo hace dando muestras evidentes de que lo que podríamos denominar “democracia natural” puede funcionar correctamente. La reunión de los miembros de un colectivo que comparten similar información y actuan como iguales debatiendo y defendiendo sus posturas y tomando acuerdos que se asumen de forma solidaria y afectan a la gestión de los intereses comunes es, a esta escala, posible. Con los métodos de arbitraje igualmente pactados y asumidos para la gestión de las discrepancias el sistema funciona hoy en día y lleva años funcionando. Nuestro pueblos, nuestros montes y quienes los habitan son muestra evidente de ello.
Pero resulta que de un tiempo a esta parte están apareciendo en número creciente negros nubarrones sobre este modelo de gestión.
De una parte las declaraciones de parques naturales detraen competencias a los que nos los han hecho llegar los montes en un más que aceptable estado para dárselas a esas instituciones que no tienen demasiados reparos en permitir agresiones contra ellos. Lo mismo les da a quienes vienen ahora a reclamarlos, un campo de molinos, que un tendido eléctrico, que una cantera, que una mina, que un campo de pozos petrolíferos o que una carcel que suma más población que muchos de nuestros pueblos juntos. Eso sí, ojo con el ganado, ojo con las setas, ojo con las castañas y hasta con las flores. Los montes pasan de ser un espacio integral en el que conviven los humanos con su medio a ser un parque “natural” que puede contemplarse sin pisar, pero del que los que hasta ahora lo han cuidado como suyo no pueden sacar para vivir más que “estéticas impresiones” mientras ven como entes ajenos sacan sin reparo lo que les conviene.
Por otra parte, y dentro del creciente desapego en que han caido otras, que no esta, insituciones políticas, vienen los demagogos, que siempre son arte y parte y, apoyándose en el desprestigio que ellos mismos han creado de las suyas, dicen que sobran instituciones y empiezan, como es lógico, por las que más les estorban. Así lo anuncian recientes declaraciones de dirigentes políticos institucionales alaveses insinuando la posibilidad de hacer desaparecer los concejos, la única en la que nadie cobra.
Y el caso es que uno se plantea que lo razonable sería exactamente lo contrario. ¿Por qué no aplicar a la organización democrática de nuestra sociedad principios similares a lo que se conocen como economías de escala? ¿Por qué no tomar su modelo como semilla a cuidar en vez de mala hierba a erradicar? Si el sistema de gestión mediante concejos abiertos es evidentemente posible en núcleos pequeños, lo es también democráticamente necesario en los más grandes.
Se me podrá decir que es inviable y yo me resisto a creerlo. Hay precedentes y unidades naturales en las ciuddes, vecindades, calles barrios y hasta urbanizacinoes, todo es cuestión de pensarlo. Es más tengo la impresión de que quien me lo dice, o no cree en si mismo como ciudadano o no tiene demasiado interés en que el resto de sus paisanos nunca puedan asumir en pie de igualdad su condición de tales. Yo para estos casos siempre pongo un ejemplo. Viví en un pueblo pequeño con su modesto trazado urbano en el que no había servicio de limpieza. Cada vecino se encargaba de la limpieza del trozo de calle que corresondía a su fachada. Cuando el pueblo creció se desechó el sistema por poco adecuado a una población de gran calibre. Y yo me preguntaba… si cada vecino limpia la puerta de su casa, ¿qué más da que el número de casas sea uno o cien?
El problema en esto de la democracia, no es nunca el tamaño, es más bien la unión entre la falta de compromiso desde lo individual a lo social y el interés por complicar lo sencillo para hacerse necesario y al final imprescindible. Nuestra dejadez y falta de implicación es la grieta que termina convirtiéndose en el abismo que de forma creciente separa a quienes gobiernan de quienes son gobernados. Y el material para cubrir esa grieta no está al otro lado del abismo, está en el nuestro y en el de nuestra conciencia.
Defendamos lo poco que nos queda y construyamos sobre ello nuestro futuro. La otra opción es quedarnos como jubilados en la valla de una obra viendo como crece sobre nosotros el rascacielos del poder que antes era nuestro.
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