Pululan por doquier decálogos y otros conjuntos de números mágicos de consejos, en positivo o en negativo, para mejor desenvolverse en la red y por ende en la vida. Es como si volviesen los tiempos de Astete y para el mejor vivir tuviese uno que aprenderse los diez mandamientos, los siete pecados capitales, los veinte misterios del rosario, las novenas, los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia, los siete sacramentos, el diezmo, las santísima trinidad y hasta el concepto matemático – socio – vital que esconde la expresión “docena del obispo”. Todo un catecismo vital para poder moverse sin desentonar en las redes sociales.
A mi todo eso me parece muy bien. En el fondo la educación no pasa de ser un cúmulo de convenciones cuyo objeto principal es evitar conflictos y propiciar buenas relaciones. Desde el saludo hasta cosas tan sencillas como el gracias, el por favor, el usted primero todo busca fomentar la sonrisa y hacer más fácil la vida, que ya se encarga ella misma de hacerse más difícil. Así pues voy a poner mi propio granito de arena y voy a hacer mis propias recomendaciones para mejor vivir nuestras virtuales relaciones.
Ya comenté en su día que la susceptibilidad representa una gran traba para la comunicación. Obliga a pensar excesivamente y con prevención defensiva lo que se dice y obliga posteriormente a explicarlo hasta la saciedad, y todo porque pueda haber alguien que se niega a pensar que puede que lo que se dice no sea malintencionado.
Maspapismo es como yo llamo a una forma extrema de susceptibilidad. Se produce cuando el susceptible no lo es en primera persona sino de forma malentendidamente solidaria. Viene el nombre de que el “maspapista” se comporta como dice el dicho y acaba siendo “más papista que el papa”.
Generalmente, el “maspapista” tercia en presuntas agresiones hacia su patrocinado que realmente no lo son. El “maspapista” parece ignorar que su defendido tiene más conocidos que el mismo y que todo su campo de guiños e ironías es más amplio de lo que el presume conocer. Así que en cuanto ve un comentario dirigido a su admirado que él mismo y no su admirado considera ofensivo allá que se lanza a despotricar y a defender a capa y espada a su patrocinado. Y lo hace generalmente insultando a un amigo o conocido de su admirado y ponderando características de éste que el presunto atacante no ha atacado ni en fondo ni en forma.
El resultado, como es fácil suponer, resulta patético. Abochorna al defendido, ridiculiza al defensor y provoca en el “agresor” una mezcla de risa y desazón. Risa por lo patético y desazón por las molestias causadas a su amigo por el celo de su defensor.
Es por tanto importante seguir unos consejos para evitar, en la medida de lo posible, evitar encontrarnos la viga en el ojo propio y terminar, nosotros mismos, convertidos en “más papistas que el papa”.
El primero de ellos es evidente… piensa bien y evitarás ridículas y quijotescas aventuras.
El segundo no lo es menos. Si te da la impresión de que alguien a quien admiras es atacado, espera antes de nada a ver qué es lo que hace él. Si no reponde eso puede deberse a varias causas. Puede que el no sienta como ataque lo que a ti te lo parece simplemente porque no lo es, sino tan solo una broma o ironía cuyas claves tú no tienes y los implicados en la conversación sí. Puede que no quiera entrar al trapo como mejor forma de desprecio y que se niegue a dar relevancia al “agresor”. Pues tampoco se la des tú. Puede que calle porque otorga y que el agresor tenga razón. Pues ya sabes lo que toca, replantearte si debes seguir admirando al admirado o recoger velas y buscar otro admirable.
Sólo en caso de que el presuntamente agredido se defienda es inteligente y hasta educado intervenir, y eso sí, si es posible, hacerlo en la línea y con la intensidad que el propio interesado marque. Si el afectado dice “siento discrepar con usted estimado caballero” intervenir con algo del tipo… “Al mamón ese que ha dicho eso de mi amigo había que arrancarle los ojos y mearle en las cuencas…” nos convierte de nuevo en “maspapistas”.
Estos sabios consejos puedes escribirlos de tantas formas como quieras para que te cuadren con un título del tipo “siete formas de no ser un maspapista” “decálogo para evitar el maspapismo” o “una docena de consejos a seguir antes de defender a un amigo”. Lo pongas como lo pongas, al final todo se resume en algo muy sencillo, se tan educado como poco susceptible y antes de atacar piensa bien en qué es lo que defiendes.
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