Las redes sociales son como la vida. Aparece un nuevo espacio donde relacionarse y se despliega todo el abánico de personalidades que en el mundo coexisten. Se despliegan además con estructura narrativa. A veces son obras en tres actos, a veces series que aguantan varias temporadas, pero en todo caso, más que la red, lo que determina la viabilidad del asunto es la conjunción entre las posibilidades que nos ofrece la red y el uso o abuso que hacemos de ellas. Cada cosa es para lo que es y cada uno es como es.
A menudo también las redes mueren de éxito. Como todo el mundo tiene que estar más que querer o necesitar estar la cosa se va de las manos y al final acaba sirviendo para lo que no es, cosa que por cierto no es de por si nefasta, sino que a veces es incluso muy de agradecer.
Son muchas las tipologías humanas que uno se encuentra en la red, ya tendremos tiempo de hablar de ellas, pero hoy vamos a centrarnos en una de las más dañinas para los ecosistemas 2.0: El pesado.
El pesado puede adoptar diversas variantes. Puede ser poeta, fotógrafo, viajero, o lo que sea. Es un poco como ese que entra en el bar y sin más se pone a hablar a, más que con, clientes, empleados y hasta sillas. Poco le importa si uno está tranquilamente leyendo el periódico en una esquina; si trata de secar los vasos recién fregados; si está intentando iniciar una relación de pareja; si está poniendo una docena de cafés con leche; si está rompiendo con su pareja o si está simplemente viendo el futbol en la tele. Lo mismo te saca el movil y te enseña las artísticas fotos de su viaje, que te habla de amores posibles o imposibles, que te cuenta su filosofía de la vida (que menos suya suele ser cualquier cosa), que te enseña los chistes de la última revista que ha comprado que lo que sea.
El pesado se ampara en que muchos hacen lo mismo que él, comparten sus lecturas, sus fotos, sus pensamientos y sus aventuras, pero se olvida de una cosa, que lo hacen con mesura y con una cierta relajación en el tiempo. El pesado parece que actua con prisa, a oleadas, entra de repente, como el del bar que decíamos, revoluciona, acapara, interrumpe y se va al poco por donde había venido dejando, eso sí, un desolador panorama de comunicaciones interruptas y tareas inconclusas.
Todos tenemos en nuestros perfiles de twitter o de facebook personas semejantes, esas que generan frustraciones cuando ves siete u ocho notificaciones y te das cuenta de que son siete u ocho fotos del mismo, o siete u ocho poemas, o siete u ocho filosóficos mensajes. Nunca comentan tus publicaciones, ocupados como están en concebir las suyas, no interactuan sino que actuan, y por lo general piensan que muros o TL son espacios unidireccionales donde ellos cuelgan lo suyo para que los demás lo veamos. Ven la red más como un teatro en el que ellos ocupan el escenario y el resto del mundo las butacas que como una mesa en la que todos compartimos sobremesa.
Cuando en un muro o en un TL coinciden varios de ellos uno siente el deseo de darse de baja y apartarse del mundo, más que nada porque uno actua como ellos no actuan, tiende a pensar que el pobre pesado se sentirá frustrado si de pronto desaparecen de su vida virtual un buen porrón de seguidores, amigos o lo que sea, y el caso es que a veces, por higiene mental y por la propia superviviencia de la red a veces está bien gritar aquello de ¡Aburrir no! y hacer una limpieza de nuestras relaciones…
Como diría el otro… se trata de evitar que los pesados te impidan ver la red.
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