Gran parte del dispendio que hace económica y moralmente insostenible nuestra forma de vida tiene que ver con eso que en términos generales podríamos llamar “marketing”. Es marketing que en el proceso que va desde la tierra hasta la la tripa quede por el camino la mitad o más del producto del sudor o la tierra. Es marketing las toneladas de resíduos inútiles que generan las cosas habituales, como comer carne, fruta, verdura o pescado. Es marketing la tecnomanía que hace que aún antes de llegar a la obsolescencia programada retiremos nuestros tecnogadgets.
Pero en toda esta cuestión surge siempre la eterna pregunta, ¿qué fue antes el huevo o la gallina? ¿Roban bicis porque compramos bicis robadas o compramos bicis robadas porque nos roban las nuestras? ¿Ponen telebasura porque la vemos o vemos telebasura porque nos la ponen? ¿Pedimos tanto futbol o lo soportamos? ¿Hace falta tirar tanto para que compremos una cosa o es que a la hora de elegir premiamos al que más tira?
A veces tengo la impresión de que en esta como en otras cuestiones seguimos el modelo USA y buscamos siempre responsables que nos indemnicen por nuestras irresponsabilidades. Sigo creyendo en el poder de las masas, pero estoy cada vez más convencido de que el mayor de los poderes de las masas es el de estar formadas por gentes que asumen y defienden sus principios porque los han interiorizado y asumido el valor que tiene luchar por ellos.
El marketing es visto siempre como una amenaza al servicio de los mercados, pero puede ser en manos de las masas concienciadas el instrumento para controlarlos. Solo hay que modificar nuestras pautas de consumo y hacerlas congruentes con lo que predicamos. Así podremos pasar de ser víctimas del sistema a ser los motores de su cambio.
¿Que ocurriría en el negocio alimentario si lo hiciésemos?
Si comiésemos más con la razón que con la vista, no tendría sentido seleccionar y manipular alimentos para que fuesen más bonitos, ni dejar sin recoger o tirar en origen o a lo largo de toda la cadena a los patitos feos.
Si fuésemos menos vagos no habría que hacer las mismas manipulaciones para quitar pepitas, ablandar pieles y otros procesos.
Si a la hora de comprar no abandonásemos los comercios que tienen más o menos lo que esperan vender buscando la opulencia de los que saben que tirarán más de lo que nos imaginamos usando los alimentos como decoración o atrezzo, lo mismo sólo circulaban los alimentos necesarios y evitábamos tener que tirar el resto. Algo parecido cabe decir de nuestras neveras. Si nos quitásemos el prejuicio de pensar que tienen que estar siempre llenas, nosotros también dejaríamos de tener que tirar más de lo necesario.
Con estas y algunas buenas prácticas más optimizaríamos la relación entre la producción disponible y el consumo necesario. Al bajar la necesidad de producción podrían emplearse técnicas menos agresivas contra el ecosistema. Al racionalizar la relación entre oferta y demanda podríamos incluso crecer en bienestar global reduciendo la producción mundial. Crecer decreciendo, todo un objetivo vital para el planeta.
Nótese que nada he dicho de los envoltorios, embalajes y demás. Si enseñamos a los vendedores que preferimos comprar lo que menos ennvase tiene lo reducirán, a ellos les sale más barato y al medio ambiente más rentable. Si compramos lo más cercano buscarán la forma de producirlo más cerca. Si boicoteamos, es decir, compramos en otro sitio, a los que no practican buenas prácticas, las practicarán.
En definitiva si actuamos se moverán, y aunque a veces el corazón te pide cortar cabezas, puede que en muchas cosas nos bastase usar las nuestras para pensar y actuar en consecuencia en vez de seguirlas usando para darnos cabezazos en el muro de las lamentaciones que con nuestra complicidad han levantado.
Leave a Comment