Publicado en Diario de Noticias de Álava el 25 de septiembre de 2012
Gran invento la ruleta de la fortuna. Y no voy al artificio esotérico ese que nos hace aceptar con resignación los males pensando que son fruto de la misma suerte que nos traerá los bienes. No. Voy al ingenio que consiste en colocar sobre un eje una rueda cuyos radios al girar golpean una lengüeta haciendo de esta forma un simpático ruidito. Cosa sencilla pero harto eficiente. Es hasta green. Porque ese tac tac tac tac tac tan reconocible no requiere de fuente de energía adicional a la que ya de por sí se encarga de que la rueda gire. Además no sólo indica que la rueda gira. Avisa también de la velocidad a la que gira y hasta indica si el giro de la rueda acelera o se detiene. Y todo a golpe no ya de vista, sino de oído.
En esas iba yo pensando mientras peatonaba cuando noté una brisa de aire intempestiva. Para cuando quise reaccionar ya solo pude ver un culo que se alejaba. Aquello que con el nombre de bici me había rebasado era toda una rueda de la fortuna en el esotérico sentido de la palabra. Si llego a haber optado por pararme a mirar un escaparate, cosa por otra parte frecuente entre los peatones, la rueda de la fortuna me hubiese pasado por encima y nos hubiese convertido a ciclista y peatón en desafortunados accidentados. Yo tendría que excusar mi giro repentino aceptando cabizbajo que carezco de retrovisores y que mis orejas no se encienden ni se apagan cuando voy a hacer un giro, por lo que, en lo que a lo que viene por detrás se refiere, he de reconocer que cuando giro como peatón giro de oído. Él habría de admitir que su andar es inaudible, y que el inaudito golpe era por tanto inevitable. Y entonces es cuando pensé que igual la ruleta de la fortuna, como el libro gordo de Petete, enseña además de que entretiene. Y me dije ¿Qué tal si ponemos una lengüeta en las bicicletas para que cuando se acerquen suenen?
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