Publicado en Diario de Noticias de Álava el 2 de octubre de 2012
Tanto tiempo preparando el fasto y al final llegado el día resulta que es nefasto. Ni rocío ni escarcha. Solo frío y lluvia. Y si ya de por si no es muy medieval el atrezzo comercial con que se viste el almendrado decorado, ya lleno de plásticos ni te cuento. La almendra medieval convertida en cebolla contemporánea por arte y magia del tiempo, del que llueve o escampa, no del que pasa. De fruto seco a bulbo lacrimoso, que no están los tiempos para exquisiteces ni leches de almendra. Lo están más para esa otra leche, ”escarchada de azúcar, cebolla y hambre”, con la que se amamantan los hijos de los poetas.
Pero no se apene nadie por no poder disfrutar de un fin de semana medieval. Al tren que vamos lo medieval terminará por ocuparnos todo el año y celebraremos, si acaso, un fin de semana contemporáneo. Y es que, a golpe de recorte, cada vez hace menos falta disfrazarse para verse en el medievo. Recaudadores de impuestos que aprietan al labriego o al artesano mientras saludan y se descubren ante el marqués o el conde; obispos, canónigos, curas y beneficiados varios; mendigos e indigentes; rentistas y lacayos; torneos y justas de principales a las que asiste el pueblo llano.
La almendra es forma y envoltura, núcleo untuoso y cáscara dura. Es el perfil sin relleno de nuestra colina. La almendra es muy aparente, pero la nuestra tiene dentro una cebolla. Puede que sea más vulgar pero posiblemente sea más adecuado y cierto. Sus calles son como las capas de la cebolla, y cuando las picas o las partes, las haces dados o juliana, salpican y lloran, y hasta el mismo que las parte, por muy duro que sea, termina por ser incapaz de contener las lágrimas. Es lo que tiene Vitoria-Gasteiz, la vieja Gasteiz y la nueva Vitoria, que sigue siendo un bulbo acuoso que acaba haciendo llorar al que lo quiere picar y que llora cuando lo trocean.
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