Publicado en Diario de Noticias de Álava el 16 de octubre de 2012
Vitoria – Gasteiz tiene algo con las batallas. El año que viene conmemoraremos de hecho el doscientos aniversario de una que nos puso en boca de toda Europa, entonces y ahora, mucho más que la green capital. Hubo aquel día más europeos en Álava que los que estarán despidiendo con nosotros el año de capitalidad que se nos acaba. Hasta Beethoven nos dedicó una marcha, como Marsalys una suite, pero se quedó sin estatua. Pero ésta, como la guerra de las estaciones con sus batallas de Francia, Arriaga o Euskaltzaindia, y como tantas otras que con tanta pasión ocupan a los que campan a la sombra de los arquillos, no son, aquí y ahora, más que batallitas.
Llevamos un par de semanas en que la Batalla de Vitoria con mayúsculas es, sin duda alguna, la de Independencia. Pero no de aquella de la que empezábamos hablando, sino de esa independencia que se debate entre fueros y desamparados, el mismo trayecto que en su día separó los abastos derribados de la división azul, ahora Angulema.
Varias veces al día, por un extremo u otro, asoman desafiantes los contendientes retándose con sus faros y allá que se lanzan el uno contra el otro tocando campanillas. Y acá que finalmente evitan el desastre y convierten el choque de trenes en cruce de tranvías. Basagoiti, López, Urkullu o Mintegi se miran altaneros con el rabillo del ojo mientras sonríen al respetable y se dicen aquello de: “a la vuelta nos vemos”. De vez en cuando se cuela uno sin marca, porque se ve que hay más de cuatro trenes. De cuando en vez se cruzan transeúntes, aunque sea en bici y aunque sea con el semáforo en rojo. Pero ellos, lo trenes con cara y letras, a lo suyo. Todos esperando al domingo. Unos para abrazarse entre ellos y los más para que nos abrace el oso que ya nos va resultando conocido. Eso sí, si hay que votar se vota. Yo estoy dispuesto a hacerlo de mil amores.
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