Publicado en Diario de Noticias de Álava el 30 de octubre de 2012
Hay que ver lo complejo que resulta ser votante. Ni punto comparación con lo gratificante y sencillo que es ser candidato.
Uno es candidato y sabe en todo momento de qué hablar y qué decir. Para eso tiene asesores de prensa. Pero el votante no. El votante entra al bar y, lleve la intención que lleve, termina por hablar de futbol o de basket. El debate político es breve. Se reduce a eso de: todos son iguales. En el barrio se dice en chándal y con la prensa deportiva y en el centro de corbata y prensa salmón en mano, pero para el caso patatas, ¡que se note que estamos en Álava!
Uno es candidato y sabe cómo vestir. Para eso tiene sus asesores de estilo. Pero el votante cuando sale de su casa, o incluso antes, tiene que capear con los eternos comentarios de que si vas hecho un mamarracho, que si a ver si te afeitas, que si te cortas el pelo por el seguro, etc.
El candidato sabe lo que tiene que pensar, o sea, nada. Para eso tiene asesores de estrategia y líderes absolutos. El votante en cambio no sabe qué pensar. Entre lo que vive y sufre a su lado de la pantalla y lo que le dicen desde el otro sólo sabe que las cosas no casan. Su realidad y lo que le cuentan llevan años separados.
Con estos mimbres al final es lógico que el resultado sea el de esperar: haga lo que haga, el votante siempre la… Vamos, que no acierta. El candidato por su parte, saque lo que saque, siempre gana. Y si en el peor de los casos no gana tanto como espera es porque el votante es ignorante, malintencionado o indolente. Es el votante el que no tiene sensibilidad ni luces suficientes para acertar con lo que el asesor demoscópico presupone y no el candidato el que está más o menos acertado en lo que propone.
Así que no es extraño que cada vez haya más votante que, llegado el momento clave, se encierre a solas en el baño y se diga aquello de: “Voto a Bríos”.
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