Está Vitoria – Gasteiz convulsionada con una noticia local. Ha visto la luz un contrato de alquiler. Es el que firmaron físicamente dos personas físicas pero que comprometía juridicamente a dos personas jurídicas. El caso es que, según parece, aquello de el pez gordo y el perro flaco, o lo de las pulgas y comerse al chico no debía estar muy claro, porque el que no se debió leer bien la letra pequeña no fue la humilde empresa sino el todopoderoso ayuntamiento. Vamos, que la ciudadanía de Vitoria – Gasteiz por mano de su alcalde que lo era en nombe nuestro nos dejamos meter un gol que ni los que nos meten a los honrados ciudadanos bancos, aseguradoras y hasta compañías de telecomunicaciones. Y ahí estamos, pagando sin que tenga remedio.
Y la gente se plantea que el alcalde era malo, y de ahí pasamos a que los políticos no tienen ni idea y de ahí a que los técnicos no se qué y no se ca. Y el caso es que pasando de lo particular a lo general no termino yo de tener claro el debate más general que descansa sobre todo esto. Por que también cabría preguntarse si ningún técnico revisó en su momento el contrato. Si el procedimiento no contempla mecanismos para evitar, más allá de interpretaciones las flagrantes y manifiestas bajads de pantalones. En definitiva, si falló la ignorancia específica del político o la eficiencia concreta del técnico.
El político debe ser el hombre de las ideas, el técnico el de las prácticas. El político no tiene por qué saber de todo, el técnico no tiene por qué interpretar lo que quiere la ciudadanía, sino ver la forma de que esto sea factible si es que es posible. Es el gobierno de los artistas frente al de los artesanos, con perdón para unos y otros, porque los técnicos, no lo olvidemos, también tienen ideología, y en política de lo que se trata es de elegir entre las cosas posibles, aunque sean difíciles.
Las tecnocracias me resultan peligrosas, casi tanto como los políticos que no se dejan aconsejar en lo que no saben y peor aún, los que no saben elegir a quien les asesore.
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