Publicado en Diario de Noticias de Álava el 18 de diciembre de 2012
Tengo un dispositivo que suelo llevar siempre conmigo. Es muy manejable y cabe en un bolsillo. Es interactivo. Puedes acceder a sus contenidos con un simple movimiento de los dedos. Es barato. Puedes usarlo para dibujar, apuntar direcciones y teléfonos, hacer operaciones matemáticas, tomar notas y hasta incluso sirve para guardar algún billete. No le hacen falta baterías, y el puntero que te hace falta para meter datos, en caso de no llevar el propio, es altamente compatible y suele haberlo en muchos lados, ya sea lápiz, boli, pluma o rotu. Este prodigioso avance tecnológico se llama cuaderno y yo lo uso para evitar que el olvido haga desaparecer mis ocurrencias, o que líneas como éstas acaben como columnas de humo, perdidas en el aire y agitadas por el viento, antes de quedar escritas e impresas.
Hoy he repasado mi cuaderno con cierta nostalgia. He leído las notas de las columnas que no escribiré, porque como todo el mundo sabe, entre ésta y la siguiente se habrá acabado el mundo. Menos mal que yo escribo en el diario. De todas formas esto del fin del mundo es cosa seria de por si. Por eso me preocupan poco los cambios de gobierno, los presupuestos, que cada vez tienen más de supuestos, y el sorteo de la lotería. Acabe el mundo el 21 o el 23, o no me tocará o no me dará tiempo de gastarlo. Por eso he optado por cerrar el cuaderno y meterlo en una caja negra. Aunque la mía sea de cartón, con un poco de suerte mi dispositivo quedará para memoria de nuevas civilizaciones, que es otra de las ventajas que tiene un cuaderno, que dura años y hasta siglos. Yo por mi parte aprovecharé estos últimos días de humanidad para visitar belenes mientras otros se dedican a montarlos, y trataré de no perderme, como no suelo perderme, el de los clicks, que además este año viene corregido, aumentado y a lomos de la eterna colina vitoriana.
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