Estaba yo ocupado enviando mis deseos para el 13. La radio sonaba de fondo. Ocurre a menudo. Es como un soniquete que te acompaña y al que no prestas demasiada atención. Notas más su ausencia que su presencia. En todo caso parace ser que estaba oyendo un informativo. Las palabras van cayendo por tu entorno hasta que de repente, dos o tres de ellas se agrupan de forma que hasta el más inconsciente de tus filtros perceptivos lanza una señal de alarma y dices ¿cómo? Demasiado tarde. Apenas si consigues contextuallizar lo que has oido así que te quedas, como diría el otro, con la clave del asunto: “el año que viene moririse saldrá más caro en Bilbao”.
Era poco lo que se nos avecinaba y ya ni siquiera se escapa uno cuando se le escapa la vida. Así como la hormiga sorprendía a la cigarra ahorrando para sobrevivir al invierno, ahora resulta que para lo que hay que ir ahorrando, y cada vez más, es para morirse ya sea en inverno o en verano. Y no es que vaya a subir la madera de pino, no. Según parece lo que van a subir son las tasas municipales por deceso. Y eso que ya no hay entierros de primera, de segunda o de tercera, ni corceles blancos o negros o simples mulos que justifiquen el estipendio. No. Ni siquiera dan las tasas para las oportunas libreas. Ahora te entierran como quien mueve un palé en un almacen logístico y los trabajadores encargados del asunto están más preocupados por la aplicación de la normativa de higiene y prevención de reisgos laborales que por la normal condolencia con los herederos del difunto. Estos por otra parte, que antes lloraban por la pérdida del ser querido, lloran ahora por la perdida de sus escasos recursos que lleva aparejada la pérdida humana. Herederos de hipotecas y de deudas varias, han de sumar a sus desdichas las tasas y los gastos.
Morir ya no vale para escaquearse. Tal como están las cosas solo hay una cosa que vale para dejar este mundo sin añadir más lágrimas a los que se quedan… desvanecerse.
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