Pblicado en Diario de Noticias de Álava el 8 de enero de 2013
Visto que no se acabó el mundo he dedicado estas fechas para, entre exceso y exceso, soñar un poco. Antes de dormirme dejé un mundo convulso y desengañado. Una sociedad que no cree en sus instituciones y desconfía de quienes las gobiernan. Una opinión pública que abomina de la política, de los políticos y que llegada a los partidos concluye aquello de “y de eso mejor ni hablamos”. Dejé, camino de mis sueños, a movimientos que piden trasparencia, a gentes que exigen participación y a teóricos de la cosa pública y la filosofía política buscando soluciones.
Me dormí. Soñé con un modo de gobierno en el que todos los vecinos, reunidos en asamblea, decidiesen sobre la gestión de los bienes del común. Un modo de gobierno en el que los cargos se eligen con nombre, apellido y punto, sin siglas. Un gobierno que no gobierna sino que se limita a aplicar los acuerdos de la asamblea y a su representación, no a su suplantación. Gentes que lo hacen sin retribución dineraria pero con el orgullo de servir al común y trabajar por y para su comunidad. Una sociedad en la que los servicios básicos como el agua, el alumbrado público, las calles y caminos, las fuentes y los montes los gestiona la propia comunidad y lo hace de acuerdo con sus posibilidades y sus necesidades, cuidando de lo suyo como si fuese suyo y de todos a la vez, y así una generación tras otra. Un modo de gobierno en el que los recursos se dedican a los servicios, no a los sueldos, y donde se aplica en general el criterio de prudencia que da la experiencia.
Me desperté sobresaltado por el invento. Me fui al bar y ojeé el diario. En portada leí aquello de una norma que pretende comenzar el principio del fin de los Concejos Alaveses y me dije: vaya, ahora que acababa de inventar la pólvora vienen los que disparan con pólvora del rey y me dejan la pólvora mojada.
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