Está de moda estos días en Vitoria el tema de los ciclistas. Lo está por un contrasentido. Si, si, así como suena, por el contrasentido que están planteando como mecanismo de coexistencia entre coches y bicis haciéndolos circular a contrasentido. No voy a entrar en los detalles del asunto sino que voy a intentar hacer todo lo contrario: salirme de ellos.
El problema de la convivencia entre peatones, bicis, motos, coches, autobuses, camiones y hasta trenes urbanos o interurbanos no es un problema de tráfico, sino precisamente de eso, de convivencia. Limitarlo al ámbito de las normas, las señales y las pinturas en la vía es en el fondo agravarlo, sentar las bases para incrementar los rencores y terminar enfrentando a los iguales. Iguales, si. Porque en este tipo de discusión siempre tengo la impresión de que se olvida un pequeño detalle que es sin embargo el asunto fundamental del debate: no hablamos de vehículos, sino de personas.
Dentro de un vehículo hay una persona. El mundo no puede dividirse entre peatones, ciclistas, moteros, conductores, taxistas, camioneros o autobuseros. Es más, en muchos casos, el camionero puede coger la bici, el ciclista el coche, etc. y en todos los casos, una vez terminado e viaje todos acabamos siendo peatones. No somos distintos, somos los mismos. Los mismos que mantenemos la puerta abierta al que viene por detrás aunque no le conozcamos o se la cerramos en los morros. Los mismos que avanzamos dando codazos o aguardamos nuestro turno. Los mismos que saludamos y damos las gracias o tratamos al semejante como contrario.
Por otra parte, pero en el mismo lado, basar la prevalencia de derechos, privilegios o defensas en la mayor o menor capacidad de hacer o hacerse daño es confundirse. Es convertir la cadena trófica en cadena tráfica. Aquí el pez grande no se come al chico, sobre todo si el chico va por donde tiene que ir y como tiene que ir y el grande hace lo mismo. Atravesar un semáforo en rojo a lomos de una bicicleta no convierte en culpable al conductor del coche con el que te golpeas, aún a pesar de que el ciclista acabe en el hospital y el conductor inexplicablemente en el juzgado. Menos aún cuando, en correcta aplicación de ese equivocado trofismo o trafismo, hay veces en las que momentos después de quejarse el ciclista de su indefensión ante el coche, que a su vez la sufrió del autobús o el camión, aplica el mismo tratamiento al peatón.
En definitiva, el asunto de fondo no son leyes, multas ni señales. El asunto de fondo es algo tan sencillo como complicado… educación, educación vial puede, pero mejor si hablásemos de educación vital.
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