Publicado en Diario de Noticias de Álava el 15 de enero de 2013
Hay que ver lo que nos reímos por estos lares con las repúblicas bananeras. Hay que ver hasta los chistes que hacemos con los moribundos cuando hablan con ese bonito acento caribeño. Y sin embargo a veces tengo la impresión de que no estamos tan lejos del Aló Presidente ni de los discursos de cuatro horas, aunque para geolocalizar nuestros asuntos acudamos más bien a Gila.
– ¿Está el presidente?
– ¡Qué se ponga!
– Si, espero, pero dígale que se dé prisa que tengo plenos.
El resto de la conversación se la puede imaginar cada uno. El resultado es conocido por todos. ¿Hemos acabado con la legislación que permite los desahucios y los abusos de la banca? Pues no. ¿Hemos corregido los dislates y hasta disparates del sistema que nos está llevando a muchos la miseria? Pues tampoco. Simplemente hemos parado la ejecución de un desahucio. Una de esas cosas que a menudo nos dicen que no se pueden parar porque ya están en el juzgado y que de repente descubrimos que sí que se pueden parar. Todo depende de quién llame a quién.
Yo me alegro por el caso salvado, claro está. Me preocupa, eso sí, lo que será de su salvación cuando la luz de los flases se apague, las cámaras vayan a otro desahucio, los micrófonos a otras voces y las letras a otros casos. Como bien sabemos todos los jugadores la banca siempre gana, lo importante es desviar la mirada. Me disgusta que la excepción sea solamente posible en ciertos casos cuando debería ser necesaria en todos y por tanto norma. Me inquieta que la solución no dependa de la justicia sino de una llamada a golpe de línea privada. Me deprime descubrir lo lejos que estamos de una república justa y solidaria. Esto no es, en efecto, una republica bananera sino más bien una monarquía patatera. Cosas de la tierra. Mejor sería fila única, que se dejen de llamadas y que se pongan, sí, pero a la cola y la tarea, como todo el mundo.
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