Publicado en Diario de Noticias de Álava el 22 de enero de 2013
Llámese bar o taberna, si hay un invento comparable al fuego o la rueda es el mostrador o barra. De hecho la mayor aportación del mundo romano a nuestra cultura y a la humanidad en su conjunto no es el derecho romano, ni el latín, ni el acueducto de Segovia ni tan siquiera Iruña – Veleia. La mejor y más grande aportación del mundo romano es la taberna. Un invento sencillo, como todos los grandes inventos, pero de uso tan imprescindible como duradero en el tiempo. Como las grandes genialidades del ser humano es un hallazgo que permanece inmutable en lo esencial, limitándose su evolución a pequeños maquillajes.
El bar es un espacio, cubierto o no, que se articula en torno a una barra en la que se apoyan vidas y bebidas. Para unos la bebida es una excusa, lo importante es la vida que se cuenta o la que se escucha. Para otros, que de todo hay, es la vida lo que es una excusa para darse a la bebida. Para unos y para otros el bar es una prolongación imprescindible del hogar. De hecho, el invento romano de la taberna no podría entenderse sin otra de sus grandes aportaciones: las casas pequeñas y apiladas que invitan a ausentarse bien por solitarias bien por superpobladas, bien por frías bien por caldeadas. Tal es así que no hay barrio que nazca sin hacerlo junto a sus bares.
Este hecho de convertirse en prolongación del hogar no se limita al espacio, se humaniza y termina convirtiendo a parroquianos y hosteleros en una gran familia. Más aún, en tiempos de crisis actúa como gabinete psicológico, oficina de empleo, consultorio sentimental y hasta sirve para ahorrar calefacción, lo que no es poco al precio que está.
Por eso digo yo que en tiempo de recortes sería socialmente conveniente impulsar algo así como el bonotaberna, al modo del bonocultura. Relajaría tensiones, fomentaría encuentros y hasta reduciría el consumo energético.
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