Publicado en Diario de Noticias de Álava el 9 de abril de 2013.
El tiempo que esperamos no tiene porqué ser tiempo perdido, pero tampoco es necesario que se empeñen en que puedas comprobarlo. Decía el otro día que el tiempo es simétricamente relativo y añadiré que además es injusto. Y es que siempre nos toca esperar a los mismos y hacerlo a menudo sin saber exactamente a qué. La espera tiene un punto de incertidumbre y un mucho de abuso de poder. Te dicen que el tiempo es oro, pero cuando vas a la caja, coges tu número y miras a la pantalla te das cuenta de que el oro es suyo y no tuyo. Tu tiempo en la sala de espera de la caja no vale un duro. Tampoco vale mucho cuando vas a Lanbide, total estando en paro si algo tienes es tiempo. Pero aún trabajando, cuando te acercas a tu tienda de telefonía móvil te dan ganas de explicar al propietario que le vas a facturar tu espera por horas en vez de por minutos. El médico te cita a meses vista. Llegas a tu hora y esperas. Decides escaparte y vas a la estación. Esperas, sin saber si es un minuto o media hora. Estás preso de la espera, porque nadie tiene el detalle de decirte que hagas lo que quieras la siguiente media hora. Miras el cartel que reza “sala de espera” y piensas que tendría que poner “desesperas”. Descubres que tu libro no es tan largo como querías y, para más INRI, que no hay wifi ni cobertura. Hasta cuando te indignas y vas a quejarte esperas. Esperas junto al mostrador o esperas con el móvil pegado a la oreja mientras te facturan. Eso sí, todo el tiempo del mundo se agota cuando se termina la espera, y empiezan las prisas y acabas despachado en dos minutos sin saber muy bien si has hecho o no lo que tenías que hacer. Lo sabrás si esperas.
A veces tiene uno la impresión de que ya ni el tiempo es nuestro, de que nos lo roban. Y lo que es peor, que nos lo quitan para dejarlo sin usar, abandonado en el rincón de una sala de espera.
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