Publicado en Diario de Noticias de álava el 23 de abril de 2013
Avanzamos sin descanso. Pero avanzamos hacia atrás y eso en el mejor de los casos. En el resto lo que hacemos es simplemente permanecer como el mono: vistiéndonos de seda para quedarnos donde estábamos.
Nos reímos de Gila y sus conferencias, del peso de aquellos auriculares de baquelita y hasta de la costumbre, que fue en su día de toda la vida, de marcar los números haciendo girar un disco. Y mira tú por donde aquellos ignorantes del pasado cuando querían hablar con alguien marcaban cuatro números, y cuando no querían que les molestasen descolgaban el auricular o se iban a la calle. Ahora para cualquier tontería tienes que marcar no cuatro sino nueve y a pesar de ese botón rojo que apaga el móvil parece que estuviéramos todos obligados a tenerlo activo hasta en el baño. En eso hemos avanzado hacia atrás
Nos reímos de aquellas obras viejas, sobre todo de las de vías y caminos, en las que trabajaba uno mientras el resto miraba y en esto si que seguimos igual, si no hasta peor. Pongamos un ejemplo. Una buena tarde, y como el valle del Blancas como palomas de Donnay, la electricidad al ocultarse dejó mi casa sin luz. Era lunes. Eran las siete de la tarde. 24 horas más tarde y tras acumular más de 70 minutos de llamadas en las que hablé con 17 operadores, un operario, distíngase de operador, cambió diez centímetros de cable y conseguí que en mi casa, como en la Marcha de los montañeros alaveses, ya brille el sol de la corriente y el nuevo día naciendo esté. Un operario para 10 minutos de trabajo precisa, en nuestra sociedad del siglo XXI, 17 personas hablando por teléfono durante más de una hora en entregas varias. Y luego decimos que esto no funciona. Y la culpa me temo que no es del cliente ni del trabajador, me da que es más del consultor y del que le paga. Y mientras tanto seguimos avanzando como el cangrejo: hacia atrás.
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