Publicado en Diario de Noticias de Álava el 11 de junio de 2013
Detesto las conversaciones de ascensor, gasolinera o parada de autobús. Esas en las que se habla por la falsa obligación de hablar más que por la necesidad de decir o el deseo de expresar. Por eso llevo meses resistiéndome a convertir estas líneas en una conversación de esas y hablar de lo que en ellas se habla: del tiempo.
Pero ya no puedo más.
Además, visto lo gafe que soy para otras cosas, igual basta con que rompa mi promesa para que el cielo se abra y se disipen las nubes de vapor, o sea, las que nos cubren. Y es que mientras los oscuros nubarrones de un futuro negro nos acechan, las nubes grises del presente lluvioso nos ahogan. Aquí ya no tenemos un mar de dudas, aquí nadamos entre charcos y pantanos haciendo de nuestra vida una sopa no de letras, sino de noches y de días. Las baldosas sueltas nos mojan por abajo y las tormentas por arriba. Ya no vale ni siquiera el paraguas vitoriano. La gente acude en masa a las agencias de viaje para buscar al menos unos días en los que tener el agua del mar de pies para abajo en vez de verla caer sobre las cabezas. Los ríos bajan embarrados llevándose la tierra de nuestros campos y los San Isidros incapaces de aplacar el temporal eterno. Se ahogan los KaldeArtes, las visitas guiadas y todo lo que a uno se le ocurra hacer al agua libre, digo al aire libre. Es como si el tiempo se empeñase en demostrar que lo de que hace doscientos años los caminos estaban embarrados en junio fuese, además de posible, cierto.
Solo sale a flote nuestro ingenio. Y buena muestra de ello la damos en las redes sociales. Somos de hecho el referente de “la nube” esa en la que descansa ahora todo el conocimiento. Sale nuestro ingenio y nuestro compromiso. El que hizo, por ejemplo, que el domingo más de 4000 mujeres que se mojan día a día se empapasen también en una mañana vitoriana de junio. Va por ellas.
Leave a Comment