37 edición #JazzVitoriaGasteiz Tom Harrell Quartet y Branford Marsalis Quintet. Vierenes 19 de julio
Noche curiosa. Puro Jazz. Diferentes enfoques y una coincidencia con gradientes. Comentábamos a la salida que a veces cuando se anuncia una estrella habría que adjuntar el contrato al programa, más que nada para saber cuanto tiempo real de actuación tiene contratado la estrella.
Hay estrellas que son en el escenario como las estrellas en el cielo. Son referentes, como la polar, y a veces tan frías como ella. Son pequeñas en comparación con la inmensidad del universo, pero son grandes y brillan con luz propia y por eso son estrellas. Hay tríos y cuartetos que son en el escenario como la luna en las noches despejadas. Asoman su rostro brillante y reflejan una luz que oculta a las estrellas. Puede que no sea propia sino reflejada, pero es luz. Algunas estrellas son discretas, otras vagas, otras son como lunas con fuego propio. Hay estrellas que tienen que dosificarse por no agotar, y otras que se dosifican para no agotarse.
Tom Harrell salió al escenario, y se aprendió el suelo de memoria mientras escuchaba junto a su su pareja de viento las evoluciones magistrales del trío que soportaba, sustentaba y daba vida a la noche que avanzaba sobre Mendizorroza con los últimos golpes de la tormenta de verano. Magistral tiene aquí el significado que le da su etimología, porque fueron los cinco cinco maestros, muy académicos, casi perfectos. Limpios, claros y casi perfectos en su ortodoxia. Demasiado quizás. Les faltó si acaso ese etéreo impulso que tiene el directo, la emoción, la magia, la intensidad de la sensación. Lo mismo da que sea una emoción ensoñada, ensimismada y hasta íntima que lo sea espontánea, eufórica y colectivizada. El maestro de los maestros sobrio y eficaz, dosificándose y dejando que su trío se luciese. El pianista eficaz. Los demás parecido o igual. Nada falló, pero a veces eso no basta.
El quarteto de Marsalis, Branford, arrancó con energía. La música renació. Pero aquí también, por momentos, más pareció el trío Calderazzo, Revis, Faulkner con Marsalis de invitado episódico que el Marsalis Quartet. Y es que uno piensa que hay que ver lo generosos que son los cabezas de cartel, que dejan lucirse a los grupos que les acompañan. Más aún cuando estos casi casi se bastan solos para iluminar una noche y ahogar una tormenta. Eso sí, hay que reconocer que cuando el maestro se incorporaba a la fiesta el nivel subía. Transitamos así por temas rápidos que alternaron con otros más lentos. Revisitamos standards, como Tea for Two, Cheek to cheek, y hasta Minni the butcher. Cabalgamos a lomos de una batería trepidante y recorrimos el cielo por un teclado de café y leche al ritmo intenso de los pies del pianista.
Sólo puedo poner dos peros, y en esos nada tienen que ver los que se subieron al escenario: el pesado y extemporáneo gritón-silbón-palmero de la fila de arriba, más fuera de lugar que King Afrika en un festival de Jazz, y la ignorante de abajo empeñada en mostrar al pabellón la potencia de su flash, en todo caso incapaz de llegar con su luz al escenario que pretendía iluminar.
Por lo demás me fui contento.
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