Diet of sex es una película dirigida por Borja Brun y en proceso de refinar el montaje definitvo. Aún no puede verse en salas. Está recibiendo los últimos toques para, tras transitar por las pantallas de festivales, terminar en las pantallas comerciales. Pero el equipo técnico y artístico, y un grupito de privilegiados invitados tuvimos la ocasión de ver un pase de la película en su versión actual, cercana en todo caso a la definitiva. Fue el 26 de agosto en la sala Salason, de Cangas do Morrazo.
No es momento pues de desvelar el argumento, ni de plantearse una crítica a producto terminado. Se trata más bien de reflexionar sobre lo visto, y de hacerlo con esa actitud positiva del que es consciente de que el producto aún no está cerrado, y de que la mejor forma de mejorar algo es ser sincero y señalar lo que puede ser mejorable.
Empezaré diciendo que la película logra en gran medida lo que el director pretende… “cambiar la forma en que aceptamos imágenes de sexo en el cine”. Lo consigue porque las escenas existen, y son explicitamente sinceras, pero delicadamente honestas. No son breves, sino que se toman el tiempo que requieren, como debe ser. No ocultan ni poetizan, expresan. Muestran el placer sin lavarlo y perfumarlo, pero haciendo a la vez que no parezca sucio ni grosero.
Pero Diet of Sex no es solo eso. Las escenas de sexo son parte de una historia que el director cuenta con una mezcla de narrativa clásica y de nueva narrativa. Hay secuencias más dramáticamente convencionales, con sus diálogos y su planificación al servicio del relato, pero también hay partes de éste que se confian a la imagen y el sonido, presente en forma de música. Precisamente a este respecto hay dos cuestiones que señalar. Por un lado la buena selección musical, tanto por la naturaleza de la música en si, como por su comunión con la imagen con la que convive más que a la que acompaña. Buen trabajo de Thee tumbitas, y de Pedrito Diablo y las cadaveras. Pero por otro lado, en las secuencias que recuperan el pulso narrativo más naturalista, el sonido ambiente, los efectos, tienen una presencia excesiva, casi desconcertante. A buen seguro que el asunto se solucionará en las mezclas definitivas.
El plantel artístico, salvo una excepción que podría en gran parte solucionarse con un buen doblaje, responde con creces a lo que puede esperarse de una cinta en la que no hay estrellas reconocidas. La parte “madura” del cuadro, Angeles Menduiña y Anton Lamapereira, destaca especialmente, aunque su presencia sea casi episódica, y en gran medida son los que sostienen la parte más convencionalmente narrativa de la cinta, especialmente su parte de comedia (la secuencia de la visita, con mando a distancia incluido es todo un momentazo de comedia en su sentido más clásico y eficaz).
La fotografía es buena, si bien cabe decirse que en la copia que vimos aún faltaba trabajar un poco el etalonaje de forma que la cinta tuviese más unidad.
Y es esta unidad, esta concepción de la película como un todo en la que más peros pueden ponerse a lo que vimos. A veces uno tenía la sensación de que lo que estaba viendo eran más bien una sucesión de buenos momentos o de interesantes hallazgos que algo con entidad propia como conjunto. A veces esta concepción global de la obra exige el sacrificio de alguna parte. El no renunciar a ninguna va en detrimento del conjunto. Y lo va porque desvirtua la idea central y despista. Hay elementos en la historia que aparecen o desaparecen sin suficiente justificación. Es como si no todo lo que ocurre, la forma en la que ocurre, y hasta la manera en que se refleja estuviese siempre al servicio de una misma historia. Una historia sencilla por otra parte, que podría incluso hacerse más sencilla y cargar más el peso del relato en la parte puramente visual, utilizando la parte narrada como un necesario y buen contrapunto. Porque hay cosas que o se explican mejor o es mejor no intentar explicarlas, sino dejarlas estar. Detalles que uno no termina de entender, como ciertos escenarios, o su consistencia en el relato. Ese pedazo de casa y esos detallitos nimios.
A mi me parece que con ciertos retoques la cinta mejoraría, quizás empezando por el principio, por los créditos de entrada que resultan demasiado espartanos, a mi modo de ver mejorables.
Eso sí, el final tiene una sorpresa de las que me encantan, un chispacito tras los créditos de salida, esos en los que aparecen muchos de los que no salen pero que también se merecen un poquito de cariño y atención. El que vea la película que no se levante hasta que se enciendan las luces. Como debe ser, pero en este caso con un peqeuño premio, el mismo que deseamos a la película y al equipo.
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