Publicado en Diario de Noticias de Álava el 17 de septiembre de 2013
Olarizu pasó; las criaturas volvieron a las aulas; los ediles revivieron viejas trifulcas, las resucitaron o las crearon de la nada; radios y teles iniciaron sus nuevas (?) programaciones; los kioskos se llenaron de coleccionables, menos que antes por la crisis; el tranvía cambió su horario; el sol se fue retirando más temprano y hasta la foto que ocupaba este espacio se ha ido para abajo dejándonos un hueco para llenarlo de letras varias y hasta de alguna idea. El verano había terminado en Vitoria-Gasteiz. ¿Pero sólo en Vitoria-Gasteiz? Pues no, el resto del planeta, en su hemisferio norte al menos, también se ha quedado sin verano. Y es que lo que enseñan los veranos, cuando se viaja con los ojos abiertos y ganas de aprender, es que el mundo se extiende más allá del Anillo Verde, y que, por qué no decirlo, hay mucho que ver, disfrutar y aprender en él, y tampoco hace falta irse muy lejos.
Decían los maliciosos que había ciertas cosas que se curan viajando. Pero las curas viajeras no van por donde ellos pretenden. Las curas viajeras no tienen nada que ver con señoras que abrazaron el sacerdocio y se fueron de apostolado por el mundo ni con ser más o menos nacionalistas. Tienen que ver con adoptar un relativismo propio, darse un baño de humildad y descubrir lo bueno que hay por ahí, sean paisajes, ciudades o hasta personas. Tienen que ver con sanar a través de los sentidos de los prejuicios que aprendimos y descubrir, por poner un ejemplo, que Portugal no es un país subdesarrollado, sino una tierra con mucho que ver y enseñar, o que no hace falta irse al Caribe para pisar arenas blancas y mojarse en aguas turquesas, que basta, si los incendios te dejan, con acercarte al fin de la tierra.
Las curas viajeras te hacen volver con más ganas de mejorar lo que tienes en vez de dormirte en los laureles hasta que te los quemen.
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