Publicado en Diario de Noticias de Álava el 15 de octubre de 2013
A veces usar un lenguaje genéricamente correcto acaba haciéndonos decir cosas generosamente incorrectas. Por no decir trabajadores, que es incompleto, ni trabajadores y trabajadoras, que es largo, decimos personas trabajadoras aunque no todos los organismos vivos que trabajan se comporten como personas. Porque lo que te hace persona trabajando no es el género ni siquiera el sexo, que lo mismo da que toques huevos u ovarios mientras trabajas. Lo que te hace gente, buena o mala, es tu actitud ante la vida y tus semejantes. Y entiéndase que, cuando hablamos de personas, la semejanza no depende de la posición o el estatus, sino de la humanidad de cada uno.
Tratar a alguien de forma distinta en función de si es chico o chica, negro o blanco, alto o bajo, cliente o no cliente es un error. Un error que además, cuando se basa sólo en la apariencia o el contexto, puede serlo mayúsculo. Cuando estás atendiendo al público te puede llevar a error pensar que la ropa, el aspecto o el estar cerca de una oficina de Lanbide son datos suficientes para categorizar a un cliente y tratarle como corresponde. Un error porque el cliente lo es sin más, aunque sea de Kutxabank, y porque lo mismo aun con ese aspecto luego va y te resulta que es columnista y que le lee hasta el presidente, con el que algún que otro saludo y hasta más se lleva tiempo cruzando. Y tú vas y le despides con cajas o kutxas destempladas diciéndole que no estás para hacerle el trabajo a Lanbide. A él, que sea quien sea y conozca a quien conozca es, por encima de todo, una persona cliente que esperaba encontrarse frente a ella a una persona trabajadora, que las hay, por ejemplo en otra oficina cercana.
Y es que una de las cosas que más hace degenerar al género humano es que sus integrantes se olviden de que personas fueron, son y serán siempre, pero trabajadores ¿quién lo sabe?
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