Publicado en Diario de Noticias de Álava el 12 de noviembre de 2013
Pudiera parecer que hay quien piensa que, como a él le resulta tan sencillo pasar de puntillas por los problemas ajenos que crea él mismo, es normal que el que tenga que aprender a hacerlo se lo pague bien pagado. Pero me da que en este caso, el de los pasos, las puntas y las tasas, hay quien una vez más ha demostrado su gran habilidad para conseguir entrar en un conservatorio de danza como un elefante en una cacharrería, eso sí, de puntillas y con txanklas.
Algunos están demostrando lo fácil que les resulta pasar del TúTú de gasa al “tú, tú, pon la pasta” mientras juegan con el presente de padres y madres y con el futuro de los futuros artistas. Claro que, bien pensado, poco o nada les importa. A fin de cuentas, una vez que nos han dejado vacía la panza ya no hay danza que valga, lo mismo da que cueste un riñón o un ojo de la cara, total no son suyos. Pero a algunos estos juegos de salón les sientan como ese inoportuno pisotón en pleno juanete de tu pareja de baile. Me refiero a los directamente afectados. A otros, que aunque no seamos padres, madres ni alumnado, estas cosas nos afectan porque creemos que las personas, sus ilusiones y hasta sus expectativas de futuro tienen que estar por encima y al margen de tácticas y estrategias, nos repugnan estos bailes de cifras, estas danzas rituales en las que los gallos muestran crestas y espolones que no son suyos. Nos cansa este estar condenados a bailar con la pareja más fea y que además se de tan a menudo la coincidencia de que la pareja en cuestión, la menos bonita, es la que tiene la sartén por el mango y la que encima nos gobierna.
Nos quieren hacer bailar sin parar como a Jane Fonda y cia en los años 30 y encima pagarlo a precio de oro, pero a uno le entran ganas de meterse en un western, sacar el revolver y empezar a disparar al suelo para que sean otros los que bailen.
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