Publicado en Diario de Noticias de Álava el 7 de enero de 2014
Hay cuestiones en la vida en las que decir que el tamaño no importa no es una excusa acusativa sino una verdad absoluta. Son casos en los que la cantidad es lo de menos, lo que importa es el hecho y la disposición a hacerlo. Por eso a veces la única dificultad para explicarse los grandes asuntos que ignoramos no es otra que la incapacidad de extrapolar lo que sabemos por experiencia de los pequeños.
El que hace trampas a los sobrinos en el bingo casero de nochevieja bien podría, más pronto o más tarde, vender preferentes o aportaciones subordinadas a sus semejantes haciéndoles a todos primos.
El que se queda con el bote a base de hacer “sinpas” en las barras de año nuevo, poniendo en riesgo el honor y hasta la integridad física de la cuadrilla, bien podría montar mañana una burbuja financiera o inmobiliaria sin inmutarse lo más mínimo.
El que promete unos reyes esplendorosos y termina por regalar los caramelos que ha robado a los niños en la cabalgata bien podría al mismo tiempo elaborar programas electorales para ocupar cargos en los que lo único que cumple son años.
El que tira de contactos, y si hace falta hasta de cartera, para que sea su niño el que se suba a las rodillas de los reyes magos y no cualquier otro, bien podría conseguir premios y menciones a diestro y siniestro con los mismos méritos y fines.
Hasta el que te dice que te hace una chapucilla por 20 euros y te acaba saliendo la broma por 200, ese mañana bien podría estar haciendo una estación de autobuses, una línea de tranvía o un canal en Panamá.
Y es que si algo tienen los presupuestos, es lo pre de previos y lo supuesto de supuestos. Y ahí, visto lo visto, lo mismo da que sea el del Canal de Panamá que el de la cota cero del ascensor de mi casa. Como diría el Romanones de la economía de mercado, haga usted los presupuestos que ya liquidaré yo los gastos.
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