Publicado en Diario de Noticias de Álava el 25 de febrero de 2014
El provincianismo indica la condición de provinciano y define al que lo profesa como estrecho de espíritu y excesivamente apegado a la mentalidad o costumbres particulares de una provincia o sociedad cualquiera, con exclusión de las demás. Es de esos conceptos que se definen por oposición. Se es provinciano porque no se es capitalino. Es además un sentimiento respuesta, un resentimiento en suma. Se es provinciano por agravio, inferioridad, envidia y hasta por equivocación, y todo ello acumulando rabia, porque a menudo no es un (re)sentimiento correspondido. El capitalino no se define por oposición al provinciano, simplemente lo es. El provinciano necesita del capitalino y sus tropelías para justificar su existencia.
La RAE dice que provinciano es lo “perteneciente o relativo a cualquiera de las provincias vascongadas, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, y especialmente a esta última”. Igual es por eso que aquí ya no hablamos de provincias sino de territorios. Pero los vitorianos vamos un paso más allá a la hora de subvertir el término. Somos provincianos creativos. La capital es el mayor foco de provincianismo y el aldeano es más cosmopolita y ancho de miras que el ciudadano. Los de la capital de la provincia, vaya contradicción, nos creamos capitalidades autonómicas, gastronómicas y hasta europeas. Pero ni por esas. Seguimos sin ensanchar espíritus y despegarnos de la mentalidad o costumbres de una sociedad cualquiera como la nuestra excluyendo a las demás. Somos urbanitas pero a la vez catetos y palurdos, apelativos tradicionalmente reservados para rústicos y aldeanos. Y por mucho que nos maquillemos, desde el alcalde al último de los ciudadanos, llega un trabajador inmenso para una empresa ilustre y quedamos como lo que somos, grinprovincianos gastroautonómicos buscando una foto para poner en el espejo y seguir sin vernos.
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