Publicado en Diario de Noticias de Álava el 25 de marzo de 2014
Decía Miles Davis, el genial trompetista de color, que “el silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos”. Si hoy viviese y siguiese dejando frases tan redondas y concretas como los fraseos que dejaba con su trompeta es posible que matizase su frase. El ruido de estos días ha sido y sigue siendo tanto y tan ruidoso que apenas si ha habido silencio capaz de taparlo. Los muertos se entierran unos a otros. Las velas del velorio son ahora flashes y focos, las esquelas conexiones inalámbricas y el libro aquel donde se anotaban condolencias es el muro de Facebook o la TL de Twitter. A los hisopos que blandían los curas alrededor del féretro les han sustituido las cebollas microfónicas que blanden los becarios y ya no se habla en corrillos a la puerta de la iglesia o el cementerio, sino que se hacen y se escuchan declaraciones.
Nos estamos “espectacularizando” en exceso, y lo que es peor, estamos convirtiéndolo todo en negocio. El pool de televisiones emite desde Madrid el ruido que envían sus corresponsales Low Cost y lo adereza y complementa con la irresponsable verborrea de los tertulianos audaces e ignorantes de lo que hablan. Todo por el espectáculo y las audiencias, y de paso un poco de ideología, que a fin de cuentas, no es inocente ni “apolítico” hacer que sea difícil distinguir si hablamos de la crisis, de las catástrofes humanas que causa, de una artista embarazada, de una ruptura de pareja, de un ex presidente, de un alcalde, o de una niña.
Cuando cesa el ruido queda el silencio y el silencio invita a pensar. Por eso el ruido no cesa. Por eso cuando pasa la nube de palabras huecas y sentimientos tópicos y se aleja la luz de los flashes y el acoso de los micros nos quedamos con ese silencio íntimo del que hablaba Davis, el que de verdad es el más fuerte de los ruidos, y a veces hasta pensamos.
Leave a Comment