Publicado en Diario de Noticias de Álava el 13 de mayo de 2014
En el colegio nos daban un librito como yo, pequeño y cabezón, que se titulaba Cortesía Juvenil. Aún estará en el desván entre los catecismos, los observa y aprende, los libros de lecturas heroicas y tan edificantes como truculentas y los textos varios de matemáticas, lenguas o historias. En Cortesía juvenil teníamos una guía de cosas absurdas: Qué hacer cuando nos cruzábamos con el viático, cómo tirar el pan, y cosas por el estilo, pero también otras más útiles realmente, especialmente las referidas a cosas tan usuales como entrar y salir de puertas, subir o bajar escaleras, circular por aceras, saludar, despedirse, presentar, presentarse o ser presentado, ayudar al prójimo con bolsas, aceras, cruces, escaleras y hasta asientos de autobús… Cosas de esas gratuitas y muy carcas. Propias de otro mundo y hoy en desuso por ser lo que son, convenciones de un mundo clasista, sexista, beato, boato y hasta antianimalista. Un mundo alienante y opresor en definitiva.
Y el caso es que luego en el día a día, ¡cómo se nota y que gusto da cuando te cruzas con aquellos jóvenes que aprendieron cortesía juvenil hace años y siguen sin olvidarla! Y eso que a veces esas galanterías cortesanas las aprendieron a base de golpes, collejas y tirones de orejas, lo que no deja de ser una curiosa contradicción. Para más INRI resulta que han ido dejando de ser jóvenes, o en todo caso lo siguen siendo a su manera, pero hay cosas que siguen sin olvidarse. Son esos que te dicen un hola, aupa, o Kai cuando te los cruzas en el anillo verde o en el camino de Estibaliz. Esos que te dejan pasar en la cola del super si llevas una cosa y ellos un carro, esos que te sonríen y te hacen la vida más fácil. No me gustan los cortesanos, ni el boato, ni me arrodillaría al paso del viático, pero que carajo, me encanta la cortesía. ¿Me estaré haciendo menos joven?
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