Llueve en Vitoria, y al tiempo no le importa que ya sea junio. El clima no comprende nuestro calendario. Si acaso se aproxima. En realidad el clima no tiene porque ajustarse al calendario, es más bien este el que se inventó para tratar de adecuar los eventos de la naturaleza a la estrecha comprensión de los humanos. Pero el clima sigue sus principios. Y si tiene que llover llueve, aunque sea junio. Igual que sale el sol a veces en diciembre. Lo único que ocurre, y eso de momento si que es cierto, es que los días son más largos en junio y mas breves en diciembre.
Esta fijación con los calendarios y sus ritmos que el hombre tiene hace que a veces el mundo transite por sus propios derroteros y acabe por imponer sus ritmos y sus tiempos. Por mucho que al calendario le suene raro. Así ocurre con todo, hasta con los reyes. Por mucho calendario que se fije con espíritu de normalidad, y hasta con ganas de ver con rapidez como se cumplen los plazos antes de tener siquiera el tiempo o la capaciodad de interrogarlos, el tiempo lleva su ritmo, y el siglo XXI va quedando cada vez más y más lejos del medievo y hata incluso del imperio.
El tiempo marca su ritmo, es el ritmo de los tiempos, el que no discute con las hojas de los almanaques, se limita a hacer que los hechos sucedan unos tras otros, puede que relativamente, pero con consecuencias ciertas. Y no se puede creer en lo que no se sostiene sin incurrir en desvaríos y contradicciones.
Por poner un ejemplo. Que la razón por la que un ciudadano va a ser rey si no lo solucionamos por ser el hijo varón más viejo de su padre, su madre es lo de menos, no es un atendado con tra la igualdad de género en detrimento de las princesas, es un atentado contra la igualdad de derechos y oportunidades del género humano en general. No darse cuenta de ello es no aceptar que es junio y llueve, aunque sea en Vitoria.
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