Publicado en Diario de Noticias de Álava el 17 de junio de 2014
No es nueva la maldición aquella del “pleitos tengas y los ganes”. Es incluso más actual que nunca tal como va evolucionando la administración de justicia. Tampoco lo es la advertencia de Romanones: “Haga usted las leyes que yo haré los reglamentos”. Pero lo que vivimos estos días en Vitoria – Gasteiz sería una nueva aplicación de este tipo de sentencias. En esta ocasión, la paradoja y el aviso en forma de maldición moderna podrían resumirse en “así te hagan las leyes que pidas”.
Siempre he dicho, y a fuerza de decirlo ya no lo digo sino que lo insisto, que frente al vicio de legislar está la virtud de educar. Que los reglamentos casi siempre sobran si hay consciencia colectiva, inteligencia social y mucha empatía personal. Que un acuerdo, aunque sea regular, es mejor que un pleito. Por eso siempre he dicho que no creía demasiado en ese afán por regular la convivencia entre ciclistas, peatones o automovilistas. Primero porque en definitiva somos las mismas personas con diferentes cacharros. Segundo porque estaba y estoy convencido de que con independencia del número de ruedas el problema es de falta de empatía y educación.
Un buen ejemplo lo tenemos ahora que empieza a funcionar la deseada, anhelada y exigida norma de ciclistas vitorianos. Pedimos carriles y espacios propios y nos han dejado la ciudad como la alfombra de un cuarto infantil a fuerza de pintarlos. Pedimos sanciones para los incumplidores y resulta que también incumplen los ciclistas. Y ahí tenemos a los agentes municipales velando porque los vehículos o los peatones no invadan los espacios y derechos de los ciclistas, pero también por que estos no se salgan de sus tiestos, macetas y lugares. Y al hilo de las sanciones nos lamentamos: Ay, que bueno hubiese sido ser capaces de arreglarnos sin tener que ganar aquellos pleitos de los que vienen estas multas.
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