Retornos

Publicado en Diario de Noticias de Álava el 7 de octubre de 2014

Hay vidas y viajes que son como los envases: no retornables. Sólo si un alma caritativa los lleva a un contenedor para que alguna empresa no tan caritativa los use como materia prima gratuita retornan las vidas y los viajes a la rutina. Puede que sea por eso mismo que la cosa del retorno a la vez nos preocupa mucho y a la vez nos resulta tan lejana que la ignoramos. Damos la espalda a la vuelta concentrados como estamos en la ida.

Pero pongamos algunos ejemplos más cercanos que aquellos retornos lejanos.

Todo el mundo peregrina a Santiago porque dicen que es bueno. Pero si atendemos a las señales algo raro pasa porque nadie vuelve. Será el embrujo de las gaitas o una losa de granito firmada por el famoso Q.E.P.D. Pero es un viaje sin retorno. Cuando vas ves las flechas que te indican qué dirección tomar cada vez que llegas a un cruce. Cuando vuelves tienes que volver la cabeza cada vez que lo pasas para tratar de adivinar de dónde se supone que venías, viendo si ves la flecha que deberías haber visto a la ida. No hay flechas de vuelta. Y es que a veces el hecho de que vuelvan o no los viajeros nos preocupa menos que el dinero que gastamos en largarlos. Porque aquí el único retorno que preocupa es el de la inversión. Mandamos un avión lleno de gente para las Américas, y como luego no viene cargado de americanos como si fuese una película de Berlanga suspendemos la vuelta y nos ponemos a discutir del dinero que perdimos. ¿Y aquellos turistas que enviamos? ¿Los dejaremos allí? ¿Nadie irá a buscarlos? ¿Haremos como con la tortilla de los huevos de oro y el aceite de Andalucía? ¿Discutiremos de si estaba sosa y salada, si sentó bien o mal, si era patchwork o tortilla, liviana o alimenticia? No. Lo que nos alimenta según dicen los cocineros en el amplio sentido de la palabra es el retorno, el de su inversión con nuestro pasta.

 

 

 

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