Publicado en Diario de Noticias de Álava el 21 de octubre de 2014
Corría julio. La torre superviviente de Galarreta dio un tropezón y amaneció tirada por los suelos. Los restos del batacazo ocuparon de lado a lado la portada de este diario con una campana yacente en primer plano. Fue verla y pensar en Patxo. Nos ocurrió a muchos según él mismo me comentaba días más tarde.
Es curioso. Hablamos del que más sabía sobre campanas, sobre su historia, su lenguaje, sus avatares y sus mensajes y hablamos al mismo tiempo de ese tipo de gente que huye de los campanazos como si fuesen el Ébola. Gente de esa que estudia por conocer y compartir. Que tiene más afán por desempolvar saberes que por atesorar menciones. Gente que tiene más estudios que títulos, que sabe más de catedrales y ermitas que de cátedras y departamentos. Gente que deja abierto el legajo centenario que está estudiando para ayudar a un lector inexperto a buscar una noticia de su tatarabuelo. Gente de hablar sin tiempo pero con ganas. Gente de la que practica el humanismo en el buen sentido de la palabra. Que sabe por saber y que ayuda por ayudar. Gente que, como se dijo en el funeral, trabaja más cuando se jubila que mientras trabaja, porque dentro de ese humanismo del que hablábamos es gente que entiende que saber no es trabajar, es vivir, y que las cosas grandes de la vida hay que compartirlas, no mercadearlas. Gente que es más persona que gente.
Cuando vuelva la próxima vez al archivo veré, por entre las mesas llenas, el vacío que deja su presencia ayudante y salvadora y su libro abierto sobre la mesa.
Octubre sigue corriendo, como dándose a la fuga cargado de malas noticias. La vida de Patxo se derrumbó la semana pasada. Su recuerdo con forma de sonrisa ocupa la memoria de todos los que le conocimos. Fue sentir su ausencia y pensar en tantas Galarretas cuyas torres se nos derrumban y en las campanas que ya no darán campanadas.
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