Publicado en Diario de Noticias de Álava el 6 de Enero de 2015
Nuestro Ayuntamiento ultima un plan quinquenal contra el ruido que anunció a bombo y platillo. Lo hizo en plena navidad, cuando vienen reyes y camellos, y por eso no es extraño que el titular hablase de “oasis urbanos”. Oasis de silencio, por lo que serán más urbanos que humanos, porque los humanos somos, de natural, más bien ruidosos.
El asunto me llamó la atención a pesar de las dificultades que tenía para concentrarme en la lectura. O igual fue por eso. Lo que me impedía concentrarme era el ruido de un artefacto infernal que sopla las hojas de un lugar a otro. El operario que lo empuñaba, de acuerdo al plan de higiene y prevención de riesgos laborales, llevaba sus preceptivos tapones, pero el resto no. Yo estaba un poco susceptible porque había dormido mal. La suerte de vivir junto a los contenedores te ahorra paseos pero te despierta a diario varias veces. A cada contenedor, y hay unos cuantos, distinto camión y distinto horario. Es como las estaciones. Ahora toca recoger las hojas como luego tocará podar con motosierras, cuidar parques y jardines con cortacéspedes y desbrozadoras, y periódicamente limpiar las calles con las silenciosas barredoras. No te libras de los ruidos municipales ni cuando te mueres, que hay que oír el escándalo que monta la grúa con la que mueven las tapas de los panteones. Eso por no hablar de las sirenas, de los avisadores de marcha atrás y de qué sé yo cuantas ruidosas experiencias más, vinculadas muchas de ellas con obras y cosas serias. Porque eso sí, en cuanto el ruido se asocia a algo divertido, sea bar, concierto o traca entonces aparecen a golpe de sirena los del medidor de decibelios, dicen a los de los jardines que paren un poco, te miden y te condenan tras decir a los de los jardines que sigan su faena.
En fin, que como en tantas otras cosas, mucho ruido y las nueces todas rotas.
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