El cerdo

Publicado en Diario de Noticias de Álava el 20 de enero de 2015

Cae la nieve sin ganas. Es como si los copos se sintiesen obligados a caer no tanto por propia voluntad como para no dejar en feo a meteorólogos y demás profesionales del plan de nevadas. La actualidad vitoriana sigue el curso de la nieve. Cae despacio, como sin ganas, como si todos se fuesen preparando para la que viene allá por mayo. Cae cansada, como si por fin descansase de todos los excesos de estos días, porque, por fin, la navidad ha terminado en Vitoria – Gasteiz. Y alguno me dirá: Va usted tarde don Javier. Y yo le diré, no, en Vitoria – Gasteiz no. Aquí los fastos de año nuevo no terminan con los reyes. Aquí la temporada de fastos termina cuando lo marcan un santo y un cerdo. Y no se asuste nadie. Hablamos de San Antón Abad y del cerdo que se sortea por su festividad a beneficio de la residencia San Prudencio. Antes decíamos hospicio, pero ahora queda mejor residencia, aunque no rime con beneficio. Antes el cerdo se nos enseñaba, como al perro de Paulov le hacían sonar la campana, para ir disparando los jugos gástricos y así mejor ablandar bolsillos en la venta de boletos. Una vez sorteado, al cerdo se le aplicaba el procedimiento para hacerlo chuletas, jamones y chorizos. Ahora no. Ahora vemos a Esperanza vivita y coleante, con su retorcida colita de cerdo. Y así seguirá hasta que discretamente la hagan chorizos, jamones y chuletas. En la intimidad, sin que ninguna criatura pregunte inquietante y acusadora por el destino de sus ojitos y su sonrisa. Quien haya ganado en la rifa se comerá jamones, chorizos y chuletas. Eso sí, anónimos, de un donante sin nombre conocido del que nunca sabremos si era Txato alavés o si tenía cerditos y cerditas. Es lo que tienen los nuevos tiempos, aunque sean indolentes y hasta aburridos, que se ve que para que sobreviva la Esperanza hay que matar un cerdo sin que se entere nadie.

 

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