Publicado en Diario de Noticias de Álava el 27 de enero de 2015
En el bar de debajo de casa están muy preocupados. Y eso que tienen vino, cerveza, refrescos y licores, chuches y golosinas. Hasta lavavajillas, jabones y abrillantadores están debidamente almacenados en las baldas de su almacén. ¿Qué es entonces lo que les falta que les tiene tan preocupados? Papel. Rollos de papel. Y no de ese papel tan necesario, no, del otro, del de imprimir. Del de poner el importe. Ese papel que sale por un agujerito de la caja registradora y, tras un efímero paso por la barra, termina decorando el suelo del local o el de la calle cercana. Ese papel que nadie mira, que nadie pide, que sólo exige el que consume a gastos pagados y justificados y el inspector que busca ingresos extraordinarios. Y el caso es que el pobre ciudadano termina por volverse loco. Porque no entiende cómo en la ciudad que presume de sostenible y enteroambiental, en la ciudad cien por cien verde, se castigue de forma tan sangrante al que ahorra en papel. Porque lo del ticket además de un incordio es todo un modelo de insostenibilidad. Lo mismo da que plantemos unos arbolitos más o menos si luego consumimos bosques para imprimir precios que nadie mira. Y el caso es que hasta para cumplir el requisito ese de entregar el ticket al cliente se podrían usar medios más imaginativos. Qué se yo… enviar los recibos por guassap o sms o incluso tener unos cuantos recibos preparados y que cada cual coja el suyo lo mire y lo vuelva a dejar en el cesto para que lo mire el siguiente cliente. Pero no hay ni imaginación ni tan siquiera rigor, coherencia y consistencia. Ni en el poder ni en la oposición. Lo único que hay es recaudación y marketing. Aquí somos greenes para unas cosas y grises para otras según nos convenga. Y todos tan contentos y el pobre tasquero en la papelería, comprando papel y tinta y sin subir el vino, que estamos en crisis.
Leave a Comment