Publicado en Diario de Noticias de Álava el 10 de marzo de 2015
La mujer del César, el vecino del quinto, se ha hecho agente. Aprobó una OPE y ahora es agente de la policía local. Cuando lo dice, el vecino jubileta del octavo pone cara de no entender nada hasta que la vecinita del primero se lo aclara: “que dice que es munipa”. Y el jubileta se queda más tranquilo.
Antes de convertirse en Agente, o en munipa, la mujer del César vivía como todo el mundo, en ese amplio espacio donde confluyen el como te dé la gana con el como buenamente puedas y hasta con el como te dejen la vida y sus circunstancias. Pero ya no puede. A la mujer del César no le basta con ser honrada y escrupulosa, también tiene que parecerlo. Y eso incluye muchas cosas. Para empezar, no puede quejarse de esa lupa con que se miran sus actos porque tiene los mismos aumentos que la intransigencia con que a veces miran ella y demás agentes a su parte contratante, la ciudadanía. Por eso, cuando atiende una llamada ciudadana, cosa muy loable, y deja su coche patrulla aparcado y sin luces, ni las azules ni las de avería, estacionado en mitad – mitad de un bidegorri, es normal que a nadie le valga aquello de “es un momentito”. Y eso por dos motivos. El primero porque eso es algo que todos hemos dicho alguna vez en la vida y a todos nos ha venido a suceder más o menos lo mismo: “si yo le comprendo, pero le tengo que sancionar”. El segundo porque a menudo cuando lo decimos lo acompañamos de algo parecido a “si casi no estorbo, he subido el coche un poco en la acera” y nos llevamos no una sanción sino dos, por parar y por invadir la acera. Y el caso es que, aun siendo cierto que intentamos no molestar y que fue solo un momento, quien nos sanciona, sea la mujer del César, Agamenón o su porquero, luego no cumple lo que exige y lo hace además aplicándose la misma excusa que a nosotros no nos vale. Y el César ahí, callado como una estatua.
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