Publicado en Diario de Noticias de Álava el 21 de abril de 2015
Con júbilo celebró su particular jubileo el ya jubilado agente. Bastó un solo número para poner patas arriba la lógica aparente de lo absurdo y poner de manifiesto que vivimos en una sociedad infantil. Como los niños, nos tapamos los ojos y pensamos que lo que no vemos no existe y que si no vemos no seremos vistos. Hasta que va el agente dispuesto a jubilarse con la conciencia tranquila y aparca el coche fuera del sitio señalizado pero a buen seguro correctamente estacionado y nos pilla a todos fuera de cacho. Él se queda a gusto, el consistorio saca para unos cuantos meses de jubilación y los conductores caen de pronto en la cuenta de que el límite de velocidad no se circunscribe al sitio donde se avisa de que se vigila. Y hecho esto cargan todos, ediles incluidos, contra el jubileta descargando su propia incongruencia. Si no se puede correr no se puede y no hay más que hablar. Si la norma de no correr es absurda y de imposible cumplimiento lo más lógico sería modificarla y ya está. Pero establecer los sitios exclusivos donde puede vigilarse o no su cumplimiento es dejar a la pobre norma en muy mal lugar. Es como si dijésemos que aunque apropiarse de lo ajeno es delito sólo vamos a mirar las cuentas de las tarjetas que sean blancas, pero no las de las negras. Es como si dijésemos que no se puede engañar al padrón salvo según en que calles y si se hace con un loable objetivo como asegurarse una plaza en la guardería o en el cole de toda la vida. Es como si dijésemos que se puede golpear a un manifestante pero no fotografiarlo, o que se puede detener a un vociferante pero dejar tranquilo al que las mata a la chita callando y consigue que los demás pongamos el grito en el cielo. No sigo poniendo ejemplos porque sobran, como muchos de los que nos asombran con su capacidad para taparse la cara y pensar que así no les vemos.
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