Publicado en Diario de Noticias de Álava el 19 de mayo de 2015
Hubo un tiempo en el que cuando se hablaba de los oscars se hablaba de cine, igual que se hablaba de teatro cuando se comentaba un estreno, o de música cuando se glosaba un concierto. Hoy no. Hablemos de lo que hablemos acabamos hablando de moda y accesorios. De escotes y peinados, de maquillajes y colores, de corbatas y tacones. Y hablando de tacones, yo el sábado estuve de primera comunión, de la hija de Espe y de mi primo y de unas cuantas criaturas más con sus respectivas familias.
Podía hablar, tratándose de una primera comunión, de adoctrinamiento, de ritos de paso, incluso de la apropiación de Dylan, de Simon y Garfunkel y hasta del mismísimo Cohen y su Hallelujah que practican los curas modernos desde hace años. Pero voy a ponerme a la altura de este tercer milenio y hablando de primeras comuniones voy a hablar de americanas, de camisas y de tacones. Tacones de vértigo en combinación con minifaldas formando conjuntos de esos que uno piensa que así como para una primera comunión no es que sean convivían con conjuntos de deportivas, vaqueros de pitillo y americana con los cuellos vueltos. Todos ellos cohabitaban con el tradicional abriguito, zapatito de suela plana, satenes, gasas y terciopelos en falda mediada, rebequita y diadema con detallito floral. No faltaba por supuesto el traje azul marino y hasta el gris inigualable de mi primo. Sobre el escenario los marineritos de siempre, los pantalones cortos con media y americana y los vestidos de novia habilitados para niñas.
Era todo ello como un enorme “déjà vu”, tal y como pude comprobar luego a la noche revisando en mi viejo álbum de fotos las de mi primera comunión. Nada prácticamente había cambiado. La evolución, en materia de primeras comuniones se quedaba justo, justo en la beatificación de los tacones aquellos que en mi infancia eran tacones pecadores.
Leave a Comment