Ver al rey de españa descorrer una bandera de la república francesa bajo la que aparece la placa de un jardín dedicado a “la nueve”, es en si mismo toda una paradoja. Una paradoja triste y roja.
La mano que descorre la bandera, que en todo caso debiera ser roja, amarilla y violeta, es la del bisnieto del rey al que echaron los republicanos españoles. Esos republicanos que tuvieron que partir al exilio tras perder una guerra civil que siguió a un golpe de estado militar que terminó con la república, y cuyo cabecilla designo para su sucesión como dictador al padre del que ahora descorre la bandera francesa.
Esos hombres sufrieron persecución por ser antifascistas, y se reincorporaron a la lucha con la esperanza de volver sus armas hacia el dictador y reinstaurar la república en España. Fueron traincionados por todos los que ahora les dedican un jardín. Franco murió de viejo. Su régimen, en la mano del monarca padre de este, supo reconvertirse para perpetuarse, y así nos va. Mientras sigue siendo una aventura desenterrar gente de las cunetas queda muy bien ponerse una medalla ajena en París.
En fin, que ya casi ni podremos citar a Bogart, porque con espectáculos como el de estos días, a los republicanos de corazón, ya no nos queda ni París.
(Para más información sobre “la nueve” no hace mucho que comenté un estupendo comic de Paco Roca, Los surcos del azar, que recoge de forma completa y detallada la peripecia de aquellos buenos republicanos.)
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