39 Festival de Jazz de Vitoria – Gasteiz. Día 5º, 18 de julio de 2015. Polideportivo de Mendizorroza.
Chick Corea & Herbie Hancock Chick corea, piano; Herbie Hancock, piano.
Casi lleno.
Decía un viejo Spot aquello de… dos amigos y Carlos el tercero. Ayer a todos nos pusieron por nombre carlos los dos amigos que se subieron al escenario. Son buenos. Muy buenos. Y disfrutan siendo buenos, ya sea a pares o en solitario. Pero como dos son pocos y ayer era noche de multitudes nos invitaron a sumarnos a todo el respetable, en porciones de género y de espacio, y así fuimos por momentos carlos y carlas uno más del trío de amigos tocando en un gran escenario.
Digo que son buenos y lo mantengo. Son leyendas que viven, leyendas que casi podría decirse que sobreviven. Son aquellos que rompieron los esquemas una y dos y tres y cuatro veces. Los que sacaron el Jazz de las cavernas y las cavas y lo acercaron a las salas y a las campas. Los que lo subieron a tablados y hasta lo colaron en las pistas de baile. Sus dedos se conocen más la geografía del teclado que la de su casa a fuerza de pisarla menos. Pero de buenos que son a veces apabullan y a veces, siento decirlo, hasta aburren.
El de ayer es uno de esos conciertos de los que todo el mundo sale como arrobado, y de los que a la primera ronda de preguntas todo el mundo dice que se ha quedado impresionado, que hay que ver lo buenos que son. Hasta que uno dice bajito y dubitativo que puede que quizás en algún momento se le haya pasado por la cabeza pensar que igual se estaba aburriendo un poquito y poco a poco la gente va perdiendo la vergüenza y se acaba confesando que el sopor por momentos ha sido generalizado. Y eso que su conexión entre ellos era casi umbilical, y que recurrieron a temas de relajo, como su dueto electrónico y que transitaron por el flamenco, y evocaron sus tiempos de Jazz Rock, y evocaron a Lucía, y hasta recurrieron al inevitable concierto de Aranjuez.
Es cierto que para ser un cuatro manos, sin más músicos que ellos, que bastante músicos son para juntarlos en un solo escenario, la cosa fue más ágil y menos apabullante de lo que podría esperarse con gentes tan grandes, pero también lo es que la deriva que llevan a los eternos fraseos y el torrente de notas que salen de las digitaciones eternas y prolijas acababan por superar el umbral de percepción y perderse en el limbo de la saturación de redondas y corcheas.
Muy intenso. No se ya si muy inolvidable. Eso sí, era sábado, eran apenas las once de la noche, y los en torno a 4.000 espectadores estábamos en la calle. La edición 39 del ciclo jazzero (o lo que sea) vitoriano había terminado.
Mañana toca hacer balance.
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