La libertad de expresión sufre, tanto por lo poco necesaria que es en tiempos de pensamientos únicos por uno y otro lado, como por el empeño de cada bando en limitarla a los itinerarios prefijados.
No soy un agonías. Bueno, al menos trato de no serlo. No diré por tanto que corren los peores tiempos de los tiempos para la libertad de expresión. Pero si diré que buenos no son. Y no lo son por varias razones que podemos agrupar en dos frentes de sinrazon. Por una parte, hay poco que expresar, porque se piensa poco, y lo poco que se piensa cada vez se parece más, cada vez es más igual. Se piensa en blanco y negro y en 140 caracteres, sin matices ni desarrollos. Se piensa en bandos y en consignas, y eso no es pensar, se piense como se piense. Pero a más a más, cuando uno adquiere la poco políticamente correcta costumbre de pensar por si mismo y sin normas ni sistema; de pensar a salto de mata, sin buscar la redondez de la coherencia tan perfecta como impostada, sino la multiplicación de los ángulos y esquinas de la realidad imperfecta; cuando uno piensa lo que le da la gana, y trata de expresarlo, entonces se da cuenta a menudo de que este mundo no es para pensarlo. Es para vivirlo como hay que vivirlo según dicen los createndencias.
La libre expresión está por tanto amenazada, primero por lo poco que hay que decir que sea distinto a los que se dice, tal como parece indicar la repetición abrumadora de mensajes con mucho fasto y pocas luces. Segundo por la poca capacidad del conjunto de asumir posturas que se salgan de los carriles estrictos de lo bueno y de lo malo, eso si, siempre dependiendo del lado del cristal desde el que se mire. Las posturas se reducen y se reagrupan. Ya no es el pensamiento un ente libre que investiga y se pierde por caminos y senderos. Ahora uno escoge un tren y se convierte en un vagón atado al resto. No puede pararse a ver una estación si el tren no se detiene, ni puede abandonarse por un rato la vía. El que se para o se desvía simplemente descarrrila y pasa a ser de los otros. Y esto lo hace de igual forma y con la misma intensidad el sistema y el anti sistema. Vivimos en tiempos de guerra fría y de caza de brujas. De gulags y de Mcartis, de censuras y de purgas. Vivimos todos juntos esos años en que stalin iba sacrificando poetas y pintores, pensadores y artistas para apuntalar la rígida y pétrea consistencia del realismo socialista. Esfuerzos que los occidentales compensaban con la caza de brujas en el cine y en las artes y aquí mas cerca, los gobiernos franquistas, con censuras, secuestros y cárceles.
Tiempos complejos que me invitan a ir compartiendo al abrigo de estos días de agosto algunas de estas mis preocupaciones, desordenadas y puede que quizás incoherentes, mis tesis de agosto, sobre algunos debates que ejemplifican bien a las claras este reduccionismo en el debate y en la expresión, que es, en definitiva, una de mis primeras tesis de agosto: La libertad de expresión sufre, tanto por lo poco necesaria que es en tiempos de pensamientos únicos por uno y otro lado, como por el empeño de cada bando en limitarla a los itinerarios prefijados.
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