Hace cuarenta años yo tenía diez. El desayuno fue agitado. La noche anterior se había hecho tarde. Operación Birmania para los insomnes. Los niños no entendíamos nada. Fui al colegio. Entrábamos a las nueve. Era jueves y teníamos religión. En los patios se disparaban los rumores. “Dicen que Franco ha muerto. Si, eso dicen. ¿Y nos darán muchos días? Pues si cuando Carrero nos dieron tres, ahora nos darán más…” Eso era lo que más nos preocupaba. Subimos a clase. Estaba entonces en sexto de EGB. Mi clase daba al patio de Aranzabal.
Nos sentamos nerviosos, agitados. Los mayores estaban también nerviosos y agitados. Ellos tenían sus incertidumbres. ¿Volveríamos a seguir donde lo habíamos dejado en el 39? ¿Estaba todo realmente atado y bien atado? ¿El príncipe que ahora sería rey, sería tan tonto como parecía? ¿Lo sería menos? ¿Lo sería más? ¿Y los rojos? ¿Saltarían las alambradas en los Pirineos? ¿Habría una revolución comunista? ¿Los militares que harían? Nosotros teníamos las nuestras. ¿Tendremos misa? ¿Tendremos clase? ¿Cuántos días? Y si hay guerra o revolución, ¿dónde nos refugiaremos?
Por la puerta entró Don Eladio, Don Eladio Ochoa. “El botas”. Era cura. Nos daba religión. Entró con gesto serio, casi compungido. Luego más tarde veríamos en la tele compungirse a Arias Navarro, presentado por Florencio Solchaga y flanqueado por sus orejas, y aquello nos resultaría conocido. “El botas” fue nuestro Arias. Emocionado nos dijo lo que ya todos sabíamos. Que Franco había muerto. Y nos dijo también que por tal motivo se habían declarado días de luto y que debíamos volver a casa. La clase entera prorrumpió en un “bien” y un griterío más propio de un gol de penalti en el último minuto que del respeto que “El botas” pensaba que se debía al difunto.
Desde las ventanas que daban al patio de Aranzabal veíamos a nuestros compañeros partir alborozados camino de sus casas. A nosotros el “bien” nos costó 60 minutos de silencio en el pupitre. El duelo por el caudillo empezaría una hora más tarde. Para nosotros, los alumnos de “El botas”, la transición empezó con un castigo.
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