La noción del tiempo es poco más que la memoria suficiente para recordar los cambios periódicos y los sucesos que los anuncian bien sea a priori, bien a posteriori. Las hojas se ponen amarillas. Señal de que el verano se acaba y de que llega el otoño. Hará frío y lloverá. El día acorta, va llegando el invierno. Es posible que nieve. Brotan verdes los retoños en las ramas secas de los árboles. La primavera se acerca. Sobra el abrigo y puede que hasta el paraguas, los campos se ponen amarillos y uno busca gafas de sol y gorras. Llega el verano.
De lo que voy hablando son rutinas de campo. Vestigios del mundo rural que un día fuimos. Hoy las señales son otras. Ya no hay motos los domingos en la tele y las calles se llenan de luces que gritan ¡compre! mientras dicen merry christmas. El invierno está aquí. Ya es primavera en el corte inglés vociferan las vallas. Empieza el tour, ya es verano. Termina la vuelta españa y empieza la liga, se acabó el verano.
Pero no tenemos en estos tiempos modernos tan sólo rutinas para el año. Hay ciclos mayores, de tres o cuatro años que se repiten, igual que a veces uno echa de menos que se repitan los ciclos centenarios. Hay encuestas, promesas, postureo divergente, los dirigentes gritan antes de cenar. Hay elecciones. Parece que nada hubiese pasado desde las últimas y sin embargo si que ha pasado algo: el tiempo, cuatro años. Y se repite todo, como lo de las hojas, lo de las carreras y lo de las motos. Y uno cierra entonces su libro de historia y piensa en la revolución rusa, y piensa en la francesa, y se da cuenta de que va tocando, mientras sentado en el sofá busca un DVD para dormitar, el domingo a la mañana, viendo motos aunque sea invierno.
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