Las canalladas y el dilema ético

Hoy al levantarme he revisado mi álbum de fotos. Me he ido al año 2003. Por mayo de aquel año mi hija cumplía 17 meses. Estaba para comérsela, pero no para otras cosas. No me imagino lo que haría si alguien hubiese traspasado ese umbral. Bueno, si que me lo imagino, y eso me hace pensar.

Ayer murió una niña con 17 meses, los que entonces tenía mi hija. No murió sola. Su muerte no fue natural. Un individuo, según parece, abusó de ella, y al ser descubierto la tiró por la ventana, hecho este que traspasa la categoría de presunto como traspasó la criatura el cristal de la ventana.

Es difícil tratar el asunto sin pasión, pero quizás por ello mismo tiene razón de ser ese invento humano de la justicia como institución. Porque en caliente, un asunto como este en el que se mezclan el infanticidio, la pederastia en su nivel más abyecto, el abuso no ya de menores, sino de bebes, la violencia machista y el abuso de confianza en general, a todos nos provoca la misma reacción. Hay además base científica para cuestionar la viabilidad en la reeducación o como se llame de este tipo de gente capaces de abusar de una niña de diecisiete meses. Pero por eso mismo hay que templarse. El daño es irreparable, por las vícitimas en si, y en cierto modo también por lo que mina las convicciones que algunos tenemos en favor de una justicia desprovista de venganza en su grdo más extremo. Porque hablar aquí de una justicia reparadora más que punitiva parece que pierde el sentido. Porque en casos como este es inevitable plantearse si la única solución no es la ejecución o la fórmula aquella de cerrar la puerta y tirar la llave al río.

Sin embargo el dilema ético en general permanece y sigue siendo el mismo. Y la cuestión es que no se debería sentenciar una realidad multidimensional en base a un juicio unidimensional. El ser humano es una realidad compleja y con muchas facetas. Puede como en este caso que una de ellas sea abominable hasta el exceso. Pero puede que no lo sean el resto de las otras. La ejecución corta todas de cuajo, el encierro pasivo las embota e infrautiliza. Supongamos que se descubre que un brillante investigador sobre una enfermedad extraña y peligrosa resulta ser un pederasta incorregible y un asesino en serie abyecto y compulsivo. ¿Deberíamos ejecutarlo? ¿Deberíamos privarnos de los beneficios que otra de sus facetas aportaría al género humano? o deberíamos tratar de que, con la reclusión u otras medidas, le fuese imposible cometer tropelías y, sin embargo, sus demás facetas humanas siguiesen siendo productivas. Se me puede decir que tocar el saxofón no es lo mismo que curar el cancer, y lo acepto. Sólo sigo pensando que no hay barbaridad que justifique la pena de muerte, que en si misma es una barbaridad, y que la labor de la justicia debería ser más la de evitar males que la de corregir unos males nefastos con otros que a pesar de que pudieran ser honestos no dejan de ser, como los primeros, irreparables.

 

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