Ayer fue 14 de abril. Un año más, como venimos haciendo ya los últimos siete años, un grupo de amigos y buenos republicanos nos juntamos en la Plaza 14 de Abril de La Puebla de Arganzón y, armados con tortillas, embutidos, barras de pan y algunas botellas de vino, desplegamos nuestras banderas, y nos pusimos a merendar mientras sonaba la música. Concluido que hubimos, recogimos las mesas y las banderas, y algunos nos volvimos a casa y otros se quedaron con la épica del futbol.
Y el caso es que ya en casa, reflexionando, cae uno en la cuenta de que la celebración del aniversario de la proclamación de la II República puede analizarse en clave de miradas. Miradas antes, durante y después de la celebración. Miradas que hablan por sí mismas o por su ausencia.
Los más jóvenes, muchos de ellos miran como las vacas miran al tren. No entienden nada. Algo de culpa en ello tiene un sistema educativo más empeñado en adiestrar trabajadores que en formar personas. Algo de ello tiene la costumbre de no explicar las cosas y de tratar la historia reciente más en términos de terapia de grupo o de acto de conciliación que en forma de explicar los hechos, sus significados y los intereses que mueven a cada uno de sus protagonistas.
Los más viejos, algunos, miran con recelos. Es como si recordaran a donde acabó llevando el entusiasmo del 31. Es como si el miedo o el simple recuerdo acumulado durante años de silencio les llevase a pensar que las alegrías del pobre se acaban pagando, y que los ricos siempre ganan pero nunca cobran.
Los medios de comunicación miran con interés festivo, folklórico. Miran poco, en todo caso. El establishment político ni mira. Está más pendiente de los sociómetros que indican lo que interesa o no a la población y de otras métricas menos confesables que indican lo que les interesa únicamente a ellos.
Y el caso es que una mirada a la realidad nos dice que, hoy más que nunca, una república es, más que conveniente, incluso necesaria. Porque la monarquía podría apoyarse por su esencia o por su practicidad, y en pleno siglo XXI y en este reino ni la una ni la otra pueden ser hoy de aplicación para las mentes libres y bien o mal pensantes, pensantes simplemente.
Su esencia se basa en la desigualdad. Es un cargo hereditario, restringido por tanto a un clan familiar de funcionamiento sexista y cuya legitimación se basa formalmente en el derecho divino y en la práctica en la supremacía del más fuerte. Insostenible en todo caso ética y moralmente.
Su practicidad es la que hacía a gentes éticamente respetables a, aplicando posturas más políticas que éticas, olvidarse de la esencia insostenible del sistema, y aceptar la idea de una figura por encima del bien y del mal que actuase como árbitro y referente del sistema, gobernando sin gobernar, por encima de políticos sujetos a corruptelas y disputas y referente como imagen de marca institucional tanto en lo interior como en lo exterior. El espectáculo dado por la casa real en su conjunto ha hecho saltar en añicos todo esto. No han hecho falta elementos externos, se han explotado ellos mismos en sus propias coronas.
Dentro de un año será de nuevo 14 de abril. Y apesar de todo esto, y teniendo en cuenta lo anterior, tengo por desgracia la sensación, de que seguiremos, como lo hicimos ayer, mirando.
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