Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 2 de octubre de 2016
Hubo hace años en Vitoria – Gasteiz un teniente de alcalde que fue más alcalde que teniente. Eso sí, lo que son las cosas, aun a pesar de ser titular habitual, o quizás por eso, chupó más banquillo como acusado que como suplente. No fue en todo caso de los más desafortunados. Tomás, que así se llamaba, ya sabía lo que era perder a golpe de decreto la silla ganada a golpe de papeletas. Ya le había pasado algo parecido allá por el 34. Tomás era, además de todo, un artista, de hecho por eso está su calle en el barrio de los pintores y no en el de los alcaldes. El caso es que entre una cosa y otra, Tomás protagonizó hace poco más de ochenta años una historia curiosa. Ocurrió un 19 de Julio de 1936 y era domingo, como hoy.
Estaba presidiendo el pleno cuando la autoridad autodenominada competente le invitó amablemente a levantarse e irse. El teniente muy educadamente se negó. El aspirante permanecía de pie. No era cosa de usar la fuerza bruta que a fin de cuentas “Tomás sentado” era, además de republicano, marqués consorte y vitoriano ilustre. Así que no quedó más remedio que agarrar la silla con su ocupante encima y tirar escaleras abajo hasta la plaza. Por donde bajan hoy los recién casados bajó Tomás como si fuese un Carlos V camino de Yuste o un César camino del senado. Se quedó allí sentado en la plaza. No cuentan las crónicas si la sentada duró mucho o acabó por irse a casa a comer con la marquesa. Lo cierto es que no tardó mucho en cambiar la silla por el banquillo, y la plaza por el patio del penal. A otros, como decía, les fue peor. No hubo “memes” ni comentarios ingeniosos en las redes. No hubo programas especiales ni unidades móviles. Y es que aquello no fue una comedia, fue un golpe, de los de verdad, de los que dejaron mucha muerte en tapias, frentes y cunetas. No sé por qué me ha venido a la memoria estos días… ¿o sí?
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